Me estoy cansando de
leerlo, de buscarle las entrañas y entender no el qué sino el porqué.
Año electoral, año de catástrofes... Así nos la llevamos, entre campañas
sucias y mensajes en doble sentido que nada tienen que ver con la
supuesta democracia, ni con la realidad siquiera. ¿Somos armas de doble
filo? Esta gente que piensa y que busca trasfondos, ¿somos tan inútiles
como parecemos a veces? Inútiles en el estricto sentido de la palabra,
no parece que en un país cuyo sistema ha caído en la ruina sirvamos de
mucho, al menos no ahora. Ya sé, parece que no sé a dónde voy.
La realidad es que la represión -de todos lados- nos está haciendo presas de una ira que no podemos determinar. Entre videos de protesta, mensajes en las redes sociales y movilizaciones civiles pacíficas (que siempre terminan en algún tipo de violencia) estamos agotando los recursos blancos. ¿Para qué si parece que no entienden? A los detinatarios no parece serles relevante que levantemos las letras en su contra, en vez de llevar la vía fácil y cambiar su discurso hasta un punto en donde todos quedemos satisfechos (justos), se les hace más sencillo callar las voces de quienes discrepan con ellos. Pero así es la historia, así ha sido siempre.
Sí, dije siempre. Pero no lo dije con convicción. Estoy segura de que en algún momento debió existir algún tipo de estabilidad. No estoy hablando de utopía, de felicidad absoluta (eterna), sino de mera estabilidad. Estoy hablando de la posibilidad de una vida sencilla para todos (o para la gran mayoría), en la que podamos simplemente vivir tranquilos. ¿Cómo lo logramos? Yo no lo sé. Veo hacia todos lados, observo anuncios, discursos y debates, no me parece que alguno tenga la salida. Sí creo que alguno tiene una mejor (quizá menos peor) imagen que los otros, pero sinceramente no confío en ninguno. Así es.
Votar por el menos peor... no votar... La cabeza se me ha confundido entre las miles de razones que tengo para pararme el día de las elecciones y presentarme a una urna. Pero sé cuál es el problema real, no es que no confíe en un candidato, no es que prefiera al menos peor sobre el resto de los vándalos, es que no confío en el sistema. ¿Qué hago? No hago nada, no sé qué hacer (y si alguien lo sabe, se aceptan propuestas). Obviamente, si estoy escribiendo esto, me voy a levantar ese día y voy a ir a votar por el más "congruente" (sí, entre comillas). Pero no votaré por él con la convicción de que todo vaya a ser repentinamente mejor, lo haré porque no quiero que sea peor y me parece que cualquiera de los otros nos llevaría a esa alternativa.
¿Dónde quedan los pensantes? Con un poco de suerte, en algún puesto donde puedan darle una mano a este país para salir del abismo, asomar la cabeza cuando menos. Después de todo aún tienen un aparato terriblemente obsoleto detrás que los puede detener con una mano en la cintura. Recordemos ahora a los cientos de senadores y diputados que hemos puesto ahí para no "centralizar" el poder, y a los cientos de miles de burócratas y empresarios (por ponerles un nombre adecuado) que permanecen detrás de ellos jalando los hilos que más les convienen.
Lo siento, la cosa no está nada fácil. Primero viene la represión sobre las voces que pelean a gritos por el derecho a la libertad, a la vida, a la desición. Aunada a un estado de caos permanente que ya nadie sabe cómo o porqué comenzó. Ah, el caos. Nos dijeron que había una batalla, luego una guerra, contra ciertos sectores ilícitos. Luego nos dijeron que era por el bienestar del pueblo. Ahora el pueblo no entiende por qué la guerra se ha tornado en nuestra contra y no sabe dónde ha quedado su bienestar. Demandamos respuestas y nos contestan con violencia. ¿Así ha sido siempre? Desde que yo tengo memoria, sí. O díganme si me equivoco.
¿Qué hacer? ¿Qué nos queda? Se supone que vivimos en una era en la que la obtención y el manejo de la información son la moneda de cambio, pero mantenernos informados los unos a los otros no es suficiente. Alzar la voz es la respuesta pacífica, la que queremos desarrollar con la esperanza de ser no sólo escuchados por los oídos correctos, sino atendidos por los mismos como lo merecemos. Pero ya vemos lo que eso ocaciona: brutalidad gubernamental para callarnos, maluso de nuestras palabras (editadas en favor de quienes las reprimen) y lo peor, indiferencia.
La forma en la que las autoridad han ignorado sistemáticamente las necesidades -a gritos- del pueblo que "gobiernan" es lo que nos ha llevado a donde estamos ahora. Aparentemente ni los plantones fuera de las oficinas gubernamentales, ni los mensajes en los medios de comunicación y las redes sociales sirven de algo. A palabras necias, oídos sordos. Y para aquellos que ostentan el poder, somos unos necios (en el peor sentido de la palabra). ¿Cómo curarnos de nuestra necedad? Las demandas no han sido suficientes, las palabras parecen ser disminuídas. Será que quizá necesitamos de aún más voces que las griten al unísono... La unión, dicen, hace la fuerza.
Quizá esa sea la respuesta, juntarnos. Pero, ¿para qué? ¿Para seguir hablando sin ser escuchados? ¿Para que nos sigan respondiendo con la demagogia de siempre? ¿Para continuar con un sistema obsoleto pero sentir que hicimos un intento por cambiarlo? El cambio, también dicen, empieza en nosotros mismos. Es cierto, pero no es suficiente. No es suficiente que yo hoy, ahora, decida cambiar mi forma de ser hacia los otros, y no es suficiente que quiera hacer algo por el planeta, y ciertamente no es suficiente que escriba una nota al repecto. Pero yo no sé qué hacer.
Se los digo con todas las letras y se los repito: yo no sé qué hacer. No quiero vivir en un país caótico, ingobernable, represor, reprimido e infeliz. Pero no tendo idea de cómo cambiarlo. Empezaré por ir a votar, sí, pero eso no va a hacer ninguna diferencia. A mí me ha quedado muy claro, quien decide cómo (no quién) se gobierna este país, no soy yo. Pero como les dije antes, se aceptan propuestas y si alguien tiene una idea, por pequeña o sencilla que parezca de qué hacer para empezar a cambiar las cosas, la espero con ansias.
Hasta entonces, seguiré leyendo los periódicos, informándome a mí y a los que me rodean de lo que sucede, esperando encontrar la forma de lograr algo más sea como sea.
PD: no es lo que usualmente escribo aquí, pero es lo que ocupa mi mente ahora y necesita ser dicho.
La realidad es que la represión -de todos lados- nos está haciendo presas de una ira que no podemos determinar. Entre videos de protesta, mensajes en las redes sociales y movilizaciones civiles pacíficas (que siempre terminan en algún tipo de violencia) estamos agotando los recursos blancos. ¿Para qué si parece que no entienden? A los detinatarios no parece serles relevante que levantemos las letras en su contra, en vez de llevar la vía fácil y cambiar su discurso hasta un punto en donde todos quedemos satisfechos (justos), se les hace más sencillo callar las voces de quienes discrepan con ellos. Pero así es la historia, así ha sido siempre.
Sí, dije siempre. Pero no lo dije con convicción. Estoy segura de que en algún momento debió existir algún tipo de estabilidad. No estoy hablando de utopía, de felicidad absoluta (eterna), sino de mera estabilidad. Estoy hablando de la posibilidad de una vida sencilla para todos (o para la gran mayoría), en la que podamos simplemente vivir tranquilos. ¿Cómo lo logramos? Yo no lo sé. Veo hacia todos lados, observo anuncios, discursos y debates, no me parece que alguno tenga la salida. Sí creo que alguno tiene una mejor (quizá menos peor) imagen que los otros, pero sinceramente no confío en ninguno. Así es.
Votar por el menos peor... no votar... La cabeza se me ha confundido entre las miles de razones que tengo para pararme el día de las elecciones y presentarme a una urna. Pero sé cuál es el problema real, no es que no confíe en un candidato, no es que prefiera al menos peor sobre el resto de los vándalos, es que no confío en el sistema. ¿Qué hago? No hago nada, no sé qué hacer (y si alguien lo sabe, se aceptan propuestas). Obviamente, si estoy escribiendo esto, me voy a levantar ese día y voy a ir a votar por el más "congruente" (sí, entre comillas). Pero no votaré por él con la convicción de que todo vaya a ser repentinamente mejor, lo haré porque no quiero que sea peor y me parece que cualquiera de los otros nos llevaría a esa alternativa.
¿Dónde quedan los pensantes? Con un poco de suerte, en algún puesto donde puedan darle una mano a este país para salir del abismo, asomar la cabeza cuando menos. Después de todo aún tienen un aparato terriblemente obsoleto detrás que los puede detener con una mano en la cintura. Recordemos ahora a los cientos de senadores y diputados que hemos puesto ahí para no "centralizar" el poder, y a los cientos de miles de burócratas y empresarios (por ponerles un nombre adecuado) que permanecen detrás de ellos jalando los hilos que más les convienen.
Lo siento, la cosa no está nada fácil. Primero viene la represión sobre las voces que pelean a gritos por el derecho a la libertad, a la vida, a la desición. Aunada a un estado de caos permanente que ya nadie sabe cómo o porqué comenzó. Ah, el caos. Nos dijeron que había una batalla, luego una guerra, contra ciertos sectores ilícitos. Luego nos dijeron que era por el bienestar del pueblo. Ahora el pueblo no entiende por qué la guerra se ha tornado en nuestra contra y no sabe dónde ha quedado su bienestar. Demandamos respuestas y nos contestan con violencia. ¿Así ha sido siempre? Desde que yo tengo memoria, sí. O díganme si me equivoco.
¿Qué hacer? ¿Qué nos queda? Se supone que vivimos en una era en la que la obtención y el manejo de la información son la moneda de cambio, pero mantenernos informados los unos a los otros no es suficiente. Alzar la voz es la respuesta pacífica, la que queremos desarrollar con la esperanza de ser no sólo escuchados por los oídos correctos, sino atendidos por los mismos como lo merecemos. Pero ya vemos lo que eso ocaciona: brutalidad gubernamental para callarnos, maluso de nuestras palabras (editadas en favor de quienes las reprimen) y lo peor, indiferencia.
La forma en la que las autoridad han ignorado sistemáticamente las necesidades -a gritos- del pueblo que "gobiernan" es lo que nos ha llevado a donde estamos ahora. Aparentemente ni los plantones fuera de las oficinas gubernamentales, ni los mensajes en los medios de comunicación y las redes sociales sirven de algo. A palabras necias, oídos sordos. Y para aquellos que ostentan el poder, somos unos necios (en el peor sentido de la palabra). ¿Cómo curarnos de nuestra necedad? Las demandas no han sido suficientes, las palabras parecen ser disminuídas. Será que quizá necesitamos de aún más voces que las griten al unísono... La unión, dicen, hace la fuerza.
Quizá esa sea la respuesta, juntarnos. Pero, ¿para qué? ¿Para seguir hablando sin ser escuchados? ¿Para que nos sigan respondiendo con la demagogia de siempre? ¿Para continuar con un sistema obsoleto pero sentir que hicimos un intento por cambiarlo? El cambio, también dicen, empieza en nosotros mismos. Es cierto, pero no es suficiente. No es suficiente que yo hoy, ahora, decida cambiar mi forma de ser hacia los otros, y no es suficiente que quiera hacer algo por el planeta, y ciertamente no es suficiente que escriba una nota al repecto. Pero yo no sé qué hacer.
Se los digo con todas las letras y se los repito: yo no sé qué hacer. No quiero vivir en un país caótico, ingobernable, represor, reprimido e infeliz. Pero no tendo idea de cómo cambiarlo. Empezaré por ir a votar, sí, pero eso no va a hacer ninguna diferencia. A mí me ha quedado muy claro, quien decide cómo (no quién) se gobierna este país, no soy yo. Pero como les dije antes, se aceptan propuestas y si alguien tiene una idea, por pequeña o sencilla que parezca de qué hacer para empezar a cambiar las cosas, la espero con ansias.
Hasta entonces, seguiré leyendo los periódicos, informándome a mí y a los que me rodean de lo que sucede, esperando encontrar la forma de lograr algo más sea como sea.
PD: no es lo que usualmente escribo aquí, pero es lo que ocupa mi mente ahora y necesita ser dicho.
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