Te tengo en la punta de los dedos. Te escribo como si pudiera tocarte, como si pudieras sentir mis llemas deslizándose por tu espalda. Como si me observaras de reojo esperando una respuesta al suspiro que acabas de soltar. Dejo caer un beso en tu cuello, resbala con mis palabras a tus manos que detienen tu cabeza sobre la almohada. Siento tu palma en mi rostro. Me acerco. Me tienes donde sé que me querías y te sigo escribiendo como si te tuviera de frente. Te recito mis palabras al oido. Sientes mi respiración que transmuta en un vaho apenas perceptible. Puedo sentir que me miras, aunque no lo sé por cierto. Puedo sentir tu mano subiendo suavemente por el contorno de mi brazo, hasta mi hombro. Juegas con las pecas, eso también lo percibo. Las cuentas, paseas tu dedo sobre ellas descubriendo formas que nadie conocía. Ahora tú también me tienes en la punta de tus dedos. Escríbeme como si pudieras tocarme.
Te estás volviendo recurrente, cada vez que cierro los ojos veo los tuyos en vez de los míos. El bosque detrás de tus pupilas se hace real y yo me interno en tu búsqueda. Haz hablado conmigo de mil cosas que conoces y todas ellas han sido reales al despertar. Me pregunto si estarás ahí cuando me hagas falta... me has dicho que sí. Te he soñado como nunca, una vez tras otra en instantes inconexos que se vuelven obsesivos cuando abro los ojos y entiendo que no fueron en verdad. ¿Lo fueron? Ayer me dijiste que volverías, lo hiciste con tus labios contra mi oreja, mi subconsciente te creyó. Hoy desperté con el pecho vacío, como si algo me hubiese robado el aliento mientras dormía, recordé que estuviste en mis sueños... Todo lo que queda son preguntas con respuestas perdidas en el tiempo. Lo sé, está cerca...
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