Plantada en alguna parte, no en el corazón sino más arriba, ella tenía una idea que había circulado por su sistema durante años. Afloraba por su garganta y cuando estaba por alcanzar la punta de su lengua, se la tragaba y la depositaba en el fondo de su ombligo. Ayer, cuando escuchaba el mar sin que nadie más se diera cuenta, la idea encontró el camino difícil hasta sus ojos. Hizo una mueca, intentó detenerla, intentó rechazarla, intentó abrir mucho la boca para dejar que se la llevara la briza, intentó sacarla de su nariz en un estornudo, pero nada funcionó. La idea se había escurrido entre la sangre, subido pacientemente hasta las glándulas lacrimógenas y ahora quería escapársele en una lágrima. Por primera vez, ella no podía hacer nada más. La dejó escurrir por su mejilla para depositarse en su mano. Entonces la observó, con la curiosidad de haberla conocido siempre y aún así no saber de qué se trataba.
La idea se hizo un charco pequeño, luego brilló con el color que el mar mismo había adquirido después de una tormenta. La idea se hizo cuerpo, chisporroteó, se agito en sí misma cambiando de forma. Ella metió un dedo para tocarla, acarició su superficie acuosa y entonces se estuvo quieta. Aparecieron formas, un él, una ella, un eso... un sol, un cielo, un ojo que observa, una mano que siente la pasta dura de un libro grueso... ella volteó hacia abajo y vio claramente el libro que cargaba consigo, no tenía título, ni autor, la cubierta y el lomo estaban vacíos. Se detuvo ahí. Dejó de mirar al sol, al cielo, a él. Se sentó en un pasto desconocido y abrió el libro para descubrir su propia letra, sus dibujos, sus ideas. Al centro de una página, la idea que había recorrido su cuerpo afanosamente. Se quedó mirándola, asombrada, boquiabierta. De pronto, la idea saltó de su página y se la llevó lejos, a otro sol y otro cielo, con una ella y un eso que la miraba desde lo alto. Volteó hacia arriba y pudo ver a la idea colgando de los ojos de una escultura de marfil. La otra ella la tomó del brazo y la jaló justo cuando la idea rodaba por el aire hasta su rostro. La pobre se estrelló en el ciela y ellas la miraron. Rieron. Se alejaron caminando tranquilas.
El mar la trajo de vuelta. El sonido de las olas rompiendo con fuerza contra las rocas, la asustó. Brincó. La idea salió volando por el aire, fue a estamparse en el parabrisas de un auto del que bajaba la otra ella. Se vieron, sonrieron y se abrazaron. Se quedaron horas platicando frente al mar, sobre aquel él, aquel eso, aquel sol y aquel cielo, sobre la idea que ahora estaba embarrada en el cristal esperanzada por ser vista de nuevo.
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