¿Por qué camino por la calle y veo siempre las mismas caras? Las caras largas, fastidiadas, olvidadas. Hombres, mujeres y niños andan por mi ciudad con esa misma expresión de hastío incomprendido, ven los titulares de los periódicos, se quejan siempre de la misma cosa, temen a las mismas figuras de poder y no hacen nada, porque no saben hacerlo. Camino por la calle y veo las mismas caras porque ellas se rehusan a cambiar y dicen que es por el sistema. ¿Es cierto? ¿Es el sistema lo que está mal en este país de caras monótonas?
Ciertamente es lo más fácil de creer, que toda la culpa es de unos cuantos que nos gobiernan y nos deciden. Se nos olvida que nos gobiernan porque quisimos ser gobernados, pero a ellos también se les olvida eso. Para mí, el problema de las caras vacías no es un problema de gobierno, ni de opresión, es un problema de identidad.
El vacío en el rostro de los transeúntes viene siendo acarreado por siglos y siglos de historia, no es sólo un vacío de expresión, es un vacío vital, es un vacío intelectual. El hastío con el que caminan, pensando que no pueden hacer nada porque así son las cosas, la falta de interés pos hacer algo -lo que sea-, no son culpa de un gobierno de 60 años de edad -o no solamente-, son consecuencia de una clara falta de identidad mexicana.
Lo he estado pensando, en las muchas horas que he pasado viendo esos mismos rostros vacíos, lo que nos tiene como estamos es una cuestión histórica con la que no hemos podido romper, nuestro problema sí está en nuestras raíces, enterrado bajo miles de años de opresión. Pensemos en esto, las grandes revoluciones del mundo - la francesa, la industrial, hasta la cubana -, tuvieron tras de sí un fuerte planteamiento filosófico que no solamente se centró en lo político-económico, también en lo humano. Las grandes guerras internas de otros países han tenido por base una idea, no un interés. Si las ideas son lo que ha movido a los grandes países, y es el desarrollo humano - en todos sus benditos aspectos - lo que ha ocasionado su avance; entonces podemos afirmar que esos mismo países tienen bases y raíces ideológicas, humanas, por tanto, culturales.
Ahora vayamos a la historia, nuestras grandes culturas prehispánicas basadas en el intelecto, la espiritualidad y las artes -pensemos en Olmeca, Tolteca y Maya, entre otras-, o fueron aplastadas por una sociedad bélica basada en el honor del guerrero y la fuerza bruta, o simplemente desaparecieron sin dejar huella. Esas mismas culturas bajaron la cabeza ante el poder de las armas mucho antes de la llegada de los españoles. Nos quedamos vacíos, centramos nuestra vida en la sangre. Después vinieron los españoles, con sus armas más fuertes, y las culturas se aliaron en contra de su opresor solamente para caer en manos de otro igual. Aquí hay que aclarar que los españoles que nos conquistaron fueron los de las clases más bajas, los marginales y los menos deseados; entre ellos, claro, venían un pequeño grupo de intelectuales, de hombres de conocimiento e intelecto, hombres de Iglesia. Así México se volvió una extensión de una península de por sí en decadencia. Adoptamos su imagen, sus costumbres, sus reglas, su forma de pensar, todo eso en vez de construir una nueva, una propia.
Los años nos han pasado, no somos españoles, ni franceses, ni ingleses, ni estadounidenses, pero sí hemos ido adoptando sus ideas con el tiempo, intentando aplicarlas a nuestra vida sin gran éxito. Nos han conquistado, nos han invadido y seguimos siendo una mezcla de cosas, razas y pensamientos amorfos que nadie logra poner en orden.
Actualmente, nuestro modelo de vida es el "American Dream", la familia perfecta, la casa perfecta, el auto perfecto, el trabajo perfecto. ¿Cuándo hemos visto a la linda mamá americana dejar su pay de manzanas para leer un libro que no sea de cocina, o al hijo preocuparse por otra cosa que no sea el equipo de futbol americano, a la hija pensar más allá de su apariencia, al papá quedarse en casa para educar a los niños mientras la mamá trabaja? El "American Dream" es un sueño vacío y sin substancia, preocupado únicamente por el estatus y las apariencias. Y ese es nuestro modelo a seguir, el de una sociedad que es casi tan absurdamente estúpida como la nuestra -no, lo es más-.
El problema de México, el de las caras vacías, es un problema de identidad, de no saber quiénes somos, qué queremos, a dónde vamos, ni individual ni socialmente hablando. A la clase gobernante se le ha olvidado que su poder está basado en los hombres -humanos- que conforman la sociedad, y a la sociedad se le ha olvidado que puede y debe exigir al gobierno ser tan humano como lo es ella misma.
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