Cuando me levanté, te encontré en la ventana. Semidesnuda, fría y absorta. Mirabas hacia la calle vacía con una expresión igual. Miré tu piel, como siempre lo hago cuando te da de lleno la luz de afuera, y pude ver el calor escapando de ella entre los poros. Me levanté, lo oíste pero no quisiste hacerme caso. Me acerqué a ti y te abracé con un cobertor, no volteaste.
- Lia...
No quisiste responder.
- Lia... Hace frío, te estás helando.
- Sí... no... no tengo frío.
Contestaste por inercia sin saber lo que decías.
- Regresa a la cama, es muy temprano para estar despierta.
- No tengo sueño.
- Te vas a enfermar, ven, cuando menos tápate.
- No tengo frío.
Apoyaste el brazo sobre el cristal. Del otro lado empezaban a caer pequeñas gotas heladas que resbalaban formando figuras inciertas, como las que formabas tú en tu mente sin que yo pudiera verlas. Solté el cobertor y volví a la cama sin quererlo. Sabía que no podía hacer nada para convencerte. Me habías abandonado en tu mente, y yo no pude seguirte. La noche se terminaba, caían las estrellas con el estrépito del aire y el agua, moría la luna en un llanto cruel que sucumbía ventanas. Yo no podía volver a dormir.
Prendí la televisión para evitar observarte sin sentido. Un reporte repentino de un canal de noticias decía que un huracán estaba azotando la ciudad. No quise repetirlo, asumí que lo escuchaste. Te vi abrazarte con el cobertor entre las manos y quise ser yo quien estuviera tras de ti, sosteniéndote. Agachaste la cabeza. Te abrazaste más fuerte. Me paré y te abracé. Caíste en mis brazos como si una fuerza opresora te lanzara hacia ellos sin remedio. Te derrumbaste. Te detuve. Nos quedamos ahí por lo que parecía una eternidad, fueron apenas un par de minutos. Sin decir algo, caminamos de vuelta a la cama. Te acostaste de espaldas a mí.
- Abrázame...
Comentarios
Publicar un comentario