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La ciudad

- ¿Hasta dónde tenemos que llegar?
- Hoy... hasta la calle 10, tendremos que caminar toda la noche.
- Hat que cruzar toda la ciudad, entonces.
- Sí, por lo que oí, La Voz está cerca de la torre. Tenemos que encontrarlo para reunirnos pasado mañana.
- ¿Crees que de verdad esté ahí?
- Si no, ya lo veremos.
- Necesitamos un plan b o una estrategia de salida, por si las moscas.
- Si nos encontramos con los soldados ya nos cargó la chingada, no va a haber salida que nos salve ni plan que nos sirva.
- Eso ya lo sé, pero si no lo encontramos ahí...
- Si no lo encontramos... tendremos que reunirnos con los otros y buscar la forma de hacer ruido sin que nos pesquen, él dará con nosotros en cuanto sepa que estamos aquí.
- Espero que así sea. ¿Por dónde te quieres ir? La principal está custodiada, esa no nos conviene, Independencia tampoco, ni Revolución...
- Agarremos Sarmiento, esa nos lleva cerca, de ahí callejoneamos hasta que demos con la 10 mañana temprano y tanteamos el asunto.
- Ok.

Revolución y Fernanda echaron a andar por las calles de una ciudad que antes fuera suya. Hoy estaba perdida, desolada, moribunda, infestada de camuflaje y sangre. Iban calladas, atentas a todo movimiento. La neblina se veía venir desde los montes, imaginaron estar entre los árboles platicando con los otros. Andaban despacio, alerta. Un par de sirenas sonaron a lo lejos desde distintos puntos. Las chicas ni se miraron, en automático se parapetaron en un portón. Revolución recargó una mano y notó que estaba abierto. Volteó a ver a Fernanda pensativa. Ella asintió. Revolución abrió la puerta un poco, se asomó. No había nadie. La abrió un poco más, metió la cabeza. Nada. Entró. Fernanda observaba la calle, no había movimiento. Entró detrás de su amiga. 
El edificio era un caserón antiguo, con el patio al centro y las habitaciones alrededor, la pintura descascarada, las paredes altas humedecidas, llenas de telarañas y polvo, el techo de madera y teja derruido, caído en algunas partes. Las puertas de madera estaban apolilladas y húmedas, casi imposibles de abrir. El portón de metal era lo único "nuevo". Revolución entró con cuidado, caminó unos metros apoyando la espalda contra la pared, Fernanda iba junto a ella. Se detuvieron a observar, escucharon unos pasos en una habitación cercana. Revolución hizo señas con las manos y los ojos. Levantó un tubo oxidado para empuñarlo como bate, Fernanda sacó de su bolsillo unas nudilleras que le había quitado a un tipo unas semanas antes. Caminaron hasta la primer puerta. Los pasos se movieron por los cuartos del fondo. Se asomaron entre la oscuridad de la habitación, nada. Muebles viejos y alimañas las vieron pasar velozmente frente al portal. Los pasos se acercaron por la derecha. La segunda puerta estaba cerrada. Revolución pasó frente a ella, Fernanda se quedó al otro lado y la abrió despacio. El silencio y el polvo las saludaron desde el vacío. Los pasos no se movieron más. La tercer puerta era del baño, estaba caída, el pequeño cuarto apestaba. Pasaron frente a él más rápido que frente a los otros, casi sin ver. Los pasos no se escuchaban más. Revolución prestó ojos a las puertas del frente, parecían inertes, los cuartos vacíos. Fernanda observó las recámaras del fondo, por donde habían escuchado los pasos antes. Se miraron la una a la otra y se entendieron enseguida, habían desarrollado esa especie de telepatía simbiótica en los días anteriores a la revuelta, ahora podían hablarse sin hablar, se comprendían a la perfección con sólo mirarse a los ojos. Revolución levantó el tubo sobre su cabeza. Entraron al baño sin hacer ruido. Fernanda empuñó las nudilleras apretándolas entre las manos. Se quedaron en silencio por un momento, pegadas a la pared del cuarto inmundo, acomodando la vista a la oscuridad. Los pasos se movieron nerviosos al fondo de la siguiente habitación. Los corazones palpitaban en las orejas de Revolución y Fernanda, opacando el silencio. Si los pasos eran de alguien armado, con arma de fuego, las dos quedarían ahí por siempre. Entraron corriendo a la habitación de los pasos y estos desaparecieron en la distancia, se ahogaron en la próxima puerta. Revolución y Fernanda los siguieron. Sonaban a las pisadas de una sola persona, eso les daba confianza. Los siguieron entre la oscuridad de las habitaciones siguientes. Pasaron por la cocina casi estrellándose con una mesa. Los pasos salieron de pronto al patio, lo cruzaron, llegaron al otro lado para perderse en la penumbra. Las chicas los siguieron hasta que dejaron de escucharlos. Se habían ahogado en el terror de una balacera. Se paralizaron todos, los pasos y las chicas. Habían llegado al mismo cuarto y se habían detenido a la misma vez. Revolución alzó el tubo con actitud amenazadora, Fernanda estaba a su lado con los puños en el aire, la sombra paseante, solitaria, estaba parada frente a ellas con lo que parecía ser una navaja en la mano izquierda. Su rostro era irreconocible bajo la sombra. Sin pensarlo demasiado, Revolución ondeó el bate a las rodillas de la silueta que cayó pesadamente al suelo, Fernanda se avalanzó sobre ella, pateó la navaja en su mano y la amenazó con ambos puños, la figura subió las manos sobre la cabeza y respiró con dificultad. Aún en silencio, Revolución la obligó a levantarse con todo el dolor del golpe anterior. Fernanda levantó el tubo y la navaja. Salieron de la habitación para mirarse las caras.

- ¿Quién eres? - El desconocido no respondió. - ¿Quién eres?
- ¿Quiénes son ustedes?
- Ella es Andrea y yo soy Jimena. - Dijo Fernanda. - Tú ¿quién eres? - Él las miró incrédulo. - ¿Quieres nuestras identificaciones o qué? ¿Quién eres? - Sacó la navaja y lo amenazó, comenzaba a desesperarse.
- Soy Antonio de la Parra... - Dijo en un hilo de voz.
- ¿Antonio de la Parra?... ¿el señor diputado Toño de la Parra?

Revolución le limpió un poco la cara con la manga del suéter que traía puesto, le quitó el pelo de encima y lo miró bien. Sí, era Toño de la Parra, el diputado del Distrito XX que propuso la militarización de las "zonas de conflicto". Durante meses, la Cámara de Diputados había pasado de mano en mano una propuesta de ley que permitía al ejército tomar control de la seguridad pública en las conocidas "zonas de conflicto" de la "lucha antinarco", revoloteó entre partidos políticos, nadie quería lanzarla a las propuestas hasta que llegó a manos de de la Parra, él y un pequeño círculo de ultraderechistas le habían dado un par de retoques antes de someterla a votación... fue aprobada unas semanas después sin siquiera discutirse. Ahora, gracias a él y a otros tantos, la milicia federal tenía la capacidad de entrar a cualquier lado y hacer su voluntad. Sandoval había logrado conseguir una copia -ilícita, claro- de la propuesta de ley, La Voz y Revolución la había leído con detenimiento. Esto es una aberración, sencillamente una aberración, se había indignado La Voz cuando terminó de releer el bendito escrito. Ya no ha nada que podamos hacer contra ella. Deja que me tope de frente con ese hijo de puta de de la Parra, entonces vamos a ver si no hay nada que podamos hacer.

- Bueno, señor diputado, nos da muchísimo gusto verlo. - Dijo Revolución con el sarcasmo que la caracterizaba. - ¿Qué hace aquí metido tan solito?
- Ehm... pues... Yo...
- ¿Lo abandonaron cuando vieron el borlote? A nosotras nos pasó, ¿verdad Andy?
- Sí, vieron a todo mundo correr y nos dejaron ahí, bailando en la tablita. Hemos estado buscando a nuestras familias por días...
- Pues... ¿no han pedido apoyo de las fuerzas armadas?
- Las... ¿fuerzas armadas? Pero si por ellos fue que nos perdimos.
- Ah, pues yo no puedo ayudarlas, lo siento. 

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