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Drew

Era un ser pequeñito, chaparro y flaquito, o así me lo pareció. Sus ojos enormes me miraron por primera vez en el salón donde solíamos reunirnos con los demás, estaba escondido entre las sombras, con sus manitas verdes apenas saliendo de la túnica negra grisácea que siempre usaba, pegadas ambas a los costados de su cuerpo, su gran nariz sobresalía con su fleco amarillo anaranjado de la capucha que nunca se quita. No conozco su rostro, tengo que admitirlo, he visto sus ojos porque brillan, pero nunca he visto su rostro. Camina chistoso, como dando brinquitos, sus pies rara vez salen de la túnica que arrastra por todos lados. Nada le acompleja, anda siempre sonriente, lo cual es raro para un ser de tan pequeña estatura y tanta extrañeza. No habla, apenas suelta uno que otro sondillo casi chillón, todo lo dice con gestos, es un maestro para darse a entender con las manos. Escribe con cierta solemnidad, en una letra barroca, recargada de florituras, como si fuera una pequeña imprenta de hace muchos siglos, es en verdad hermosa su caligrafía y es lo que más orgulloso le hace de sí mismo. Tiene un lenguaje extraño, aún así, una mezcla de expresiones antiguas con modernas y ultramodernas que, de ser usada por otra persona, no tendría sentido ninguno, pero él la hace funcionar y todo se lee tan claro una vez que has entendido sus formas.
Se llama Drew. Es una especie de goblin, duende, elfo o algo así, me dijo él. No tiene idea de cuándo nació pero sabe que ha vivido muchísimos años. Su mejor habilidad, además de la escritura -dice él-, es esconderse entre las sombras donde nadie puede verlo, así ha viajado alrededor del mundo sin ser detectado. Cree que es único en su tipo, pero la verdad es que no está del todo seguro, ha visto dibujos de otros parecidos a él en muchos lados, pero tampoco está seguro de que esos sean reales. Sinceramente, no le importa. Regularmente anda solo, pero no es un ser solitario, suele hacer amistad con alguno que otro loco -como tú, dijo él- y con animales, muchos animales, le encantan los animales. Trae consigo, a manera  de mascota, a una mariposa azul que se le para a veces en el hombro, a veces en la nariz y que -como él- ha vivido innumerables años. Entre sus habilidades también cuenta la de ver cosas que los demás no pueden ver. Con sus ojotes tan grandotes y resplandecientes, suele vislumbrar hasta el más pequeño detalle de una situación y puede resolver problemas realmente complicados.
Una vez, mientras platicábamos en un café de Paris -la calle-, le pregunté cómo es que habían pasado tantos siglos de historia humana y aún no hemos inventado cómo volar sin aviones, con alas pegadas al cuerpo o algo así, sintiendo el aire puro en nuestra cara, pudiendo manipular el vuelo como los pájaros. La mariposa azul se le vino a parar a la nariz y él dijo: porque el hombre no es un pájaro y no está hecho para volar, el hombre debe caminar primero. Pero ya caminamos, dije yo. Él movió la cabeza a un lado y a otro, espantó a la mariposa que revoloteó sobre él. No lo hacen bien, dijo, aplastan todo a su camino, el hombre anda con la cabeza erguida para no ver por donde pasa y entonces se le olvidan todas las cosas que ha dejado al andar, ese es el problema, cuando el hombre pueda andar consciente de su camino, podrá aprender a volar. Me quedé callada y bebí un trago de café contemplando el horizonte citadino, ¿tenía razón? Sabes que tengo razón, me dijo como si escuchara mis pensamientos. De él ya poco hay que me asombre.
Otra de esas veces, mientras caminábamos por la playa al atardecer -eso sí, no le gustan los medios días, hace demasiado sol para él y su piel verde se torna de un café que le parece espantoso-, le pregunté si todas las historias del mundo ya se habían escrito, si, tal vez, todo lo que había que crear ya había sido creado y si ahora íbamos en una decadencia artística imposible. Se rió, con su risilla chillona, y dio un brinquito sobre un tronco que el mar había escupido hacia la arena. Ya sé, le dije, es una cuestión absurda. Jaló la pierna de mi pantalón raído y me dijo que lo mirara a los ojos. Si ya todo hubiera sido creado, yo no estaría aquí. Qué razón tenía, qué razón tiene siempre que hablo con él mientras los demás duermen, cuentan, arreglan, mandan, caminan, viajan, escriben, trabajan, gritan, circulan, beben y hacen todas esas cosas que hacen el resto del día cuando yo me siento en alguna roca imaginaria a mirar el sol caer sobre las olas con Drew a mi lado y su mariposa azul rondando por nuestras cabezas.

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