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Libertad

Fernanda miraba la ciudad desde el ventanal del cuarto, se había bañado con el agua más caliente que pudo aguantar, se había puesto encima nada más que la bata del hotel y se había parado ahí. Se abrazaba a sí misma intentando contener unas lágrimas que no lograba comprender del todo. Los edificios relucían en luces artificiales a lo lejos, las calles bullían de autos y en su mente todo lo que había era un enorme vacío. No alcanzaba a creerlo, ni siquiera a pensarlo, a preguntarse qué hacía o por qué estaba ahí. Se abrazaba a sí misma esperando encontrar en ella un consuelo que no había sido capaz de retener en sus propios brazos. Se sentía más sola que nunca ahora que parecía estar de nuevo en compañía del mundo. Sentía el enorme vacío llenarle las neuronas, escaparse entre las conexiones nerviosas y bajar por su espalda sacudiendo su cuerpo desnudo. Respiró hondo. Se pasó los dedos por el pelo mojado. Abrió la ventana y sintió el aire frío golpeándole los poros. Se sintió... ¿viva? ¿Libre? Confundida. Volvió a cerrarla. Se sentó en la cama frente a una televisión de pantalla plana y la miró incrédula, como si se le hubieran perdido todos los recuerdos de la vida fuera de la prisión. Como si fuera un paciente amnésico que ha sido soltado al mundo para devolverle la memoria de sopetón. Estaba absorta. Pensó en Revolución, ella entendería el sentimiento, seguramente lo haría. Pensó en Sandoval, en ella... la historia de amor que nace de una revuelta, seguro también habían terminado mal. Pensó en La Voz... La Voz... Él estaría por llegar en cualquier momento para llevarlas a cenar y explicarles qué había sucedido desde que ellas fueran tomadas. Seguro él sí sería muy diferente a los otros, bien arregladito, peinadito y perfumado, trajeado, con su sonrisa de político a la alza. ¡Iac! Yo no pelee por eso, no por tener a otro de esos ahí arriba empujándome pa'bajo con el dedo con el que votamos. Ojalá no sea exactamente así, ojalá mantenga los ideales, ojalá tenga los huevos para mantener los ideales y llevarlos a cabo como los pensamos. Ojalá no hayamos peleado en vano, no hayamos perdido la batalla ante el sistema. Ojalá no sea como un virus de contacto, de esos que apenas respiras cerca de otro enfermo se te pega y te atormenta por el resto de tus días. Ojalá todo sea lo suficientemente distinto como para que haya valido la pena - siquiera un poco - haber permanecido en la oscuridad inerte por tanto tiempo. No pudo evitarlo más, se soltó a llorar mientras apretaba contra sí una almohada que sofocaba los alaridos de rabia que había aguantado por mucho. Lloró sin querer contenerse, tendida en la cama. Lloró por los ojos que le dolían frente al sol, por la falta de sueños que de pronto la había atrapado al volver, por el tiempo perdido entre ignomia, por todas las veces que quiso golpear en la cara y en los huevos a los hijos de puta que la torturaban por placer, por las ganas de matarlos que aún contenía en puños cerrados frente al espejo, por la vida que se le había marchitado en la sombra. Lloró hasta sentir que las horas se pasaban. Lloró hasta dormir.

Revolución estaba en la habitación contigua, sentada en una silla, observando el cuarto sin emitir sonido. La mente en blanco. Habían llegado por la mañana y ella aún no se había movido de ahí. Le habían traído la comida al cuarto, los platos permanecían semi vacíos frente a ella. Vio las horas pasar por las cortinas del ventanal sin ganas de moverse. Cuando sintió que la luz se le agotaba en la habitación fue cuando por fin se puso de pie. Entro al baño y al encender el foco, se quedó observando cada detalle del mismo por un largo rato. No fue sino hasta que el teléfono sonó que Revolución logró salir de su trance casi catatónico. Se acercó al aparato como si no supiera qué hacer con él. Descolgó. Un hombre le dijo que pasarían por ellas en una hora, que estuvieran listas o avisaran a la recepción si se encontraban indispuestas. Ella asintió con la cabeza olvidando que él no podía verla, luego le dijo que sí. Colgó. Cerró las ventanas para no ver y no ser vista. Prendió un par de luces tenues en la habitación y se quitó la ropa. Se miró al espejo. Los moretones de las costillas no habían sanado totalmente, el de la pierna se veía verdoso, las cicatrices de las manos aún estaban abiertas, su labio era lo único que había mejorado, ya no estaba tan hinchado como antes. Pasó un rato observando cada centímetro de su cuerpo, examinando los daños. Respiró hondo cuando logró verse a los ojos. No quiso llorar, era demasiado fuerte para hacerlo ahora, todo parecía haber terminado de alguna manera u otra y empezaba a no importarle el resultado, sólo quería salir de ahí. Necesitaba aire. Se enrolló en la toalla mientras sentía que se sofocaba, abrió la puerta del cuarto y salió al pasillo a respirar con pesadez.

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