Ella tenía la frente manchada de lodo y las manos de sangre. Había corrido por cerca de dos horas entre las calles de la ciudad y estaba aún muy cerca del centro. No sabía qué hacer. Sandoval se le había perdido varias calles atrás. Miró a su alrededor, buscó reconocer los nombres de las calles para tener una idea de hacia donde ir. Oyó pisotones a lo lejos, gritos de hombres que se decían qué hacer y para dónde moverse. Tenía que seguir corriendo. Tomó la calle de la derecha asumiendo que la llevaría lo más cerca posible de La Voz. El ruido de los hombres quedó a sus espaldas. Cinco minutos después, cuando la adrenalina se había desvanecido en sus venas, notó que necesitaba descansar, pero no podía hacerlo a cielo abierto, era demasiado riesgoso. Buscó una casa, un edificio, en la que pudiera quedarse por un rato, al menos hasta que recuperara el aliento.
Te estás volviendo recurrente, cada vez que cierro los ojos veo los tuyos en vez de los míos. El bosque detrás de tus pupilas se hace real y yo me interno en tu búsqueda. Haz hablado conmigo de mil cosas que conoces y todas ellas han sido reales al despertar. Me pregunto si estarás ahí cuando me hagas falta... me has dicho que sí. Te he soñado como nunca, una vez tras otra en instantes inconexos que se vuelven obsesivos cuando abro los ojos y entiendo que no fueron en verdad. ¿Lo fueron? Ayer me dijiste que volverías, lo hiciste con tus labios contra mi oreja, mi subconsciente te creyó. Hoy desperté con el pecho vacío, como si algo me hubiese robado el aliento mientras dormía, recordé que estuviste en mis sueños... Todo lo que queda son preguntas con respuestas perdidas en el tiempo. Lo sé, está cerca...
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