Tiéndete en el pasto a sentir las horas pasar sobre tu cuerpo, acuéstate en el jardín con tu libro en manos y espera a que regrese, no tardo, ya vuelvo...
Minutos y horas se convierten en rayos de sol que te tocan de diferentes formas, en distintos ángulos con intensidades diversas. Lees y lees, y lees, no tienes un libro entre manos sino su libreta de bosquejos, sabes que te deja revisarlos cuando se va, que tienes total libertad de leer esas páginas sin que se enoje, sabes que sus manos escriben de ti y que ella sólo tiene tu imagen en los ojos cuando esboza cada palabra. Pasas las páginas y das con un fragmento que, sin duda, es todo tuyo.
Alejandra
Sus ojos te miraron sin darse cuenta al otro lado de un cuarto oscuro, un rayo de luz cruzó las sombras y se posó en su rostro para que lo vieras a detalle, la luz se fue y tus manos se quedaron en sus cabellos repasando sus rizos lentamente. Sólo el brillo de sus ojos te entretuvo por un instante, sentiste sus palmas en tu espalda aprisionándote a su cuerpo y no pusiste objeción. No me pusiste objeción. Cerraste los ojos, dejaste que la sombra del cuarto invadiera tu mente mientras mis besos consumían tus labios, tu lengua, tu cuello. Como si los minutos no significaran nada me dejé llevar entre tus caricias, tocaste cada cuerda de mi espina dorsal en una armonía que sólo entendían tus pechos.
Desnudé tu torso con dos movimientos de mis manos y tú permaneciste estática, con tus palmas apretadas a mi espalda mientras mis besos recorrían el camino entre tu pecho y tu vientre. Me encontraste en la alfombra azul de aquél cuarto a oscuras, con tu cuerpo semidesnudo sobre el mío, con la boca entreabierta hablando en suspiros, con las manos extendidas en mi piel sintiendo las revoluciones aceleradas de mis arterias. Me obligaste, mujer, a olvidar las ropas. Me metí entre tus piernas, por entre la mezclilla, para perder mis dedos en el inmenso mar de tus deseos.
En algún momento me detuviste, "espera", susurraste a mi oído y sacaste a mi mente de su éxtasis colorido. Te levantaste dejándome ahí tendida, desconcertada, para acercarte a la ventana y abrir las cortinas, ir a la cocina y tomar una taza de café frío que esperaba por ahí. Dejaste tus pantalones sobre el sillón y arrancaste los míos con tus ojos quemándome la piel. Acercaste, por fin, tus labios a los míos y nos perdimos en una danza creciente de besos y mordiscos. Tu pierna entre las mías, mis manos en tus nalgas, mis labios en tu cuello, mi sudor en tus poros y todas mis fantasías presentes en un instante.
Te despegaste de mi cuerpo por un instante, tomaste la taza de café con la expresión de niña traviesa en el rostro y vaciaste parte del líquido en mi abdomen. Tu lengua saboreó lo amargo del café mezclado con la sal de nuestro sudor mientras subía por mi piel, hasta mi cuello recorriendo cada terminal nerviosa en el trayecto. Volviste al contendor, regaste el café en mi pecho, tus labios lo sorbieron de mis pezones, tu boca bebió de mi cuello. Me perdí en un abismo blanquecino que susurraba tu nombre mirándote a los ojos, quise de tu piel lo que tú pedías de la mía y busqué con mis manos cada una de las piezas del rompecabezas de tu cuerpo.
"Mírame", te dije mientras cerrabas los ojos aprisionada por mis manos, con la espalda sobre la alfombra, "mírame..." Tu boca abierta exhalaba un aire caliente que yo respiraba con la misma intensidad. Me miraste por fin con esos ojos verdes encendidos, me clavaste la mirada en las pupilas y pude ver lo que te quemaba por dentro salir de ella. Respiraste un último gemido de entre mis labios, gritaste con las palmas cerradas en mi espalda, y sentí las convulsiones de tu cuerpo al compás del mío aumentar y descender en un momento. Mi miraste con los ojos en calma, sonreíste como siempre haces con la satisfacción prendida de tus labios, me abrazaste, hice lo mismo.
Te sostuve por minutos alargados sobre mi cuerpo sabiendo que no quería desprenderte de él. Te levantaste de pronto, te sentaste sobre mis piernas. Pude ver tu cuerpo desnudo bajo la luz naranja que entraba por las ventanas, tus pechos redondos y pequeños, tu cintura contorneada, tu cadera relajada sobre mis muslos, te admiré en silencio mientras retomabas la taza de café que te esperaba fría a un lado de nosotras, bebiste sin derramar una gota, posé mis dedos en tus pubis y me puse a jugar con tus vellos esperando que terminaras con el café.
"¿Qué miras?", preguntaste desde arriba. "Tu cuerpo", contesté clavando mis ojos oscuros en los tuyos. "Y... ¿qué piensas?", "que me gustas mucho, qué más podría pensar", "no sé, tú dime". Pienso ahora que te mentí, miraba tu cuerpo pensando en ti, recordando tus palabras previas, las conversaciones viejas, las risas continuas... reconocí en ese momento a la voz que antes era sólo palabras, la veía entre los poros húmedos y sonreía al contacto físico con ella.
Se nos acabó el día en la alfombra azul de ese cuarto a oscuras, tendidas las dos con los ojos en el techo y los brazos de la una en la otra, hablando de la nada, del todo, resolviendo los problemas del mundo entre risas y caricias. La noche cayó en un momento indeterminado, cerré los ojos viendo directo a los tuyos, besé tu frente y dormí con tu cuerpo entre mis brazos.
Desnudé tu torso con dos movimientos de mis manos y tú permaneciste estática, con tus palmas apretadas a mi espalda mientras mis besos recorrían el camino entre tu pecho y tu vientre. Me encontraste en la alfombra azul de aquél cuarto a oscuras, con tu cuerpo semidesnudo sobre el mío, con la boca entreabierta hablando en suspiros, con las manos extendidas en mi piel sintiendo las revoluciones aceleradas de mis arterias. Me obligaste, mujer, a olvidar las ropas. Me metí entre tus piernas, por entre la mezclilla, para perder mis dedos en el inmenso mar de tus deseos.
En algún momento me detuviste, "espera", susurraste a mi oído y sacaste a mi mente de su éxtasis colorido. Te levantaste dejándome ahí tendida, desconcertada, para acercarte a la ventana y abrir las cortinas, ir a la cocina y tomar una taza de café frío que esperaba por ahí. Dejaste tus pantalones sobre el sillón y arrancaste los míos con tus ojos quemándome la piel. Acercaste, por fin, tus labios a los míos y nos perdimos en una danza creciente de besos y mordiscos. Tu pierna entre las mías, mis manos en tus nalgas, mis labios en tu cuello, mi sudor en tus poros y todas mis fantasías presentes en un instante.
Te despegaste de mi cuerpo por un instante, tomaste la taza de café con la expresión de niña traviesa en el rostro y vaciaste parte del líquido en mi abdomen. Tu lengua saboreó lo amargo del café mezclado con la sal de nuestro sudor mientras subía por mi piel, hasta mi cuello recorriendo cada terminal nerviosa en el trayecto. Volviste al contendor, regaste el café en mi pecho, tus labios lo sorbieron de mis pezones, tu boca bebió de mi cuello. Me perdí en un abismo blanquecino que susurraba tu nombre mirándote a los ojos, quise de tu piel lo que tú pedías de la mía y busqué con mis manos cada una de las piezas del rompecabezas de tu cuerpo.
"Mírame", te dije mientras cerrabas los ojos aprisionada por mis manos, con la espalda sobre la alfombra, "mírame..." Tu boca abierta exhalaba un aire caliente que yo respiraba con la misma intensidad. Me miraste por fin con esos ojos verdes encendidos, me clavaste la mirada en las pupilas y pude ver lo que te quemaba por dentro salir de ella. Respiraste un último gemido de entre mis labios, gritaste con las palmas cerradas en mi espalda, y sentí las convulsiones de tu cuerpo al compás del mío aumentar y descender en un momento. Mi miraste con los ojos en calma, sonreíste como siempre haces con la satisfacción prendida de tus labios, me abrazaste, hice lo mismo.
Te sostuve por minutos alargados sobre mi cuerpo sabiendo que no quería desprenderte de él. Te levantaste de pronto, te sentaste sobre mis piernas. Pude ver tu cuerpo desnudo bajo la luz naranja que entraba por las ventanas, tus pechos redondos y pequeños, tu cintura contorneada, tu cadera relajada sobre mis muslos, te admiré en silencio mientras retomabas la taza de café que te esperaba fría a un lado de nosotras, bebiste sin derramar una gota, posé mis dedos en tus pubis y me puse a jugar con tus vellos esperando que terminaras con el café.
"¿Qué miras?", preguntaste desde arriba. "Tu cuerpo", contesté clavando mis ojos oscuros en los tuyos. "Y... ¿qué piensas?", "que me gustas mucho, qué más podría pensar", "no sé, tú dime". Pienso ahora que te mentí, miraba tu cuerpo pensando en ti, recordando tus palabras previas, las conversaciones viejas, las risas continuas... reconocí en ese momento a la voz que antes era sólo palabras, la veía entre los poros húmedos y sonreía al contacto físico con ella.
Se nos acabó el día en la alfombra azul de ese cuarto a oscuras, tendidas las dos con los ojos en el techo y los brazos de la una en la otra, hablando de la nada, del todo, resolviendo los problemas del mundo entre risas y caricias. La noche cayó en un momento indeterminado, cerré los ojos viendo directo a los tuyos, besé tu frente y dormí con tu cuerpo entre mis brazos.
(Si tuvieras otro nombre, te llamarías Sara)
Me encanta! XD
ResponderBorrarMe encanta!!! ...que más puedo decir.
ResponderBorrarDi que lo terminaste conmigo y acéptalo como regalo...
ResponderBorrarEs intenso, me agrada, recien he leido a Patricia de Souza en sus narraciones eróticas, y no me han sido tan atractivas he intensas como tu narración.
ResponderBorrarMe conmovió el cambio de momentos, de personalidades de las actoras de la narración... de hecho, en el momento de cuando una de las chicas va por el café, me sentí conmosionada en el cambio radical que tuvo la persobnaje, también el hecho de ir y de tomar una bebida fría, me recordó el poema de Fernado Pessoa "Callos a modo de Oporto". En sinstesis quiero decir que me encantó tu narració! Tienes otras narraciones eróticas'? Zlu2
Vaya! ke historia tan interesante e intensa!! me enkantó la forma en ke la redactaste :)
ResponderBorrar