Me gustaría cerrar mis oídos,
apagar mis ojos
y esperar con la mente puesta en la nada a que se me olvide tu silueta.
Tu sombra me sigue,
atada a mis zapatos como si fuera mía,
sin irse lejos como yo quisiera,
sin esfumarse de pronto.
No sufro, no lloro, no sangro...
Mis venas están cansadas de hervir al contacto de una mirada que ya no reconocen,
que ya no recuerdan,
que aún sienten por no sé qué desgracia del destino.
¡Déjame!
¡Desaparece!
Te lo ordeno con una voz de fuego,
cansada de gritar,
cansada de roer entre los sonidos una explicación poco prometedora.
Claro que tú no me oyes,
no te hablo a ti de todas formas
sino a tu recuerdo...
Respiro y siento el aire helado inflar mis pulmones,
respiro para que mi corazón deje de palpitar tan rápido,
respiro para recordar que sigo aquí...
Respiro... con los pies en el suelo,
con la mente lejana,
con el alma perdida.
Inhalo el hueco que se quedó en tu lugar,
ese que espera ser disminuído y rellenado de recuerdos indoloros,
ese que no te aguarda porque he decidido cerrarlo,
ese que permanecerá intocable hasta que yo quiera.
¡Ya está!
Es el final de un momento muy largo,
el agotamiento de paciencia que ya no soporta el peso de tus pasos,
la desisión definitiva de ahogarme por mis propios métodos.
Me quedaré aquí,
miraré al ocaso mientras te marchas
y te llevas contigo esa sombra que me sigue,
mientras te das la vuelta
y me dejas sola frente a mi ventana fría.
No te veré,
quiero que te vayas sin recordar cómo te fuiste,
quedándome yo con los pedazos de esto que aún quiero recordar...
Déjame ahora, déjame...
Yo sola reconstruiré el mundo que conociste,
borraré de él, por ahora, las hueyas de tu paso
y haré de cuenta que no causaste meya en mis calles,
en los edificios de mis ciudades,
en las selvas de mi mundo,
en la maraña que resulta estar dentro de mi cabeza.
Pretenderé que no existes,
quizá así sea menos doloso destruir y rehacer.
Permaneceré donde me encontraste,
sin esperar que vuelvas,
sin querer que lo hagas,
sin odios ni rencores...
permaneceré con los dolores autoinflingidos,
esos que quiero olvidar con tantas ganas,
esos que me recuerdas.
Ve tú, yo me quedo...
y por favor... no vuelvas.
apagar mis ojos
y esperar con la mente puesta en la nada a que se me olvide tu silueta.
Tu sombra me sigue,
atada a mis zapatos como si fuera mía,
sin irse lejos como yo quisiera,
sin esfumarse de pronto.
No sufro, no lloro, no sangro...
Mis venas están cansadas de hervir al contacto de una mirada que ya no reconocen,
que ya no recuerdan,
que aún sienten por no sé qué desgracia del destino.
¡Déjame!
¡Desaparece!
Te lo ordeno con una voz de fuego,
cansada de gritar,
cansada de roer entre los sonidos una explicación poco prometedora.
Claro que tú no me oyes,
no te hablo a ti de todas formas
sino a tu recuerdo...
Respiro y siento el aire helado inflar mis pulmones,
respiro para que mi corazón deje de palpitar tan rápido,
respiro para recordar que sigo aquí...
Respiro... con los pies en el suelo,
con la mente lejana,
con el alma perdida.
Inhalo el hueco que se quedó en tu lugar,
ese que espera ser disminuído y rellenado de recuerdos indoloros,
ese que no te aguarda porque he decidido cerrarlo,
ese que permanecerá intocable hasta que yo quiera.
¡Ya está!
Es el final de un momento muy largo,
el agotamiento de paciencia que ya no soporta el peso de tus pasos,
la desisión definitiva de ahogarme por mis propios métodos.
Me quedaré aquí,
miraré al ocaso mientras te marchas
y te llevas contigo esa sombra que me sigue,
mientras te das la vuelta
y me dejas sola frente a mi ventana fría.
No te veré,
quiero que te vayas sin recordar cómo te fuiste,
quedándome yo con los pedazos de esto que aún quiero recordar...
Déjame ahora, déjame...
Yo sola reconstruiré el mundo que conociste,
borraré de él, por ahora, las hueyas de tu paso
y haré de cuenta que no causaste meya en mis calles,
en los edificios de mis ciudades,
en las selvas de mi mundo,
en la maraña que resulta estar dentro de mi cabeza.
Pretenderé que no existes,
quizá así sea menos doloso destruir y rehacer.
Permaneceré donde me encontraste,
sin esperar que vuelvas,
sin querer que lo hagas,
sin odios ni rencores...
permaneceré con los dolores autoinflingidos,
esos que quiero olvidar con tantas ganas,
esos que me recuerdas.
Ve tú, yo me quedo...
y por favor... no vuelvas.
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