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Mostrando las entradas de febrero, 2012

Isabella

El sol de medio día debió estar sobre las nubes blancas que anunciaban una lluvia ligera. Ella debió estar parada observando el horizonte delimitado por un cuerpo acuífero sin denominación exacta. El prado a sus espaldas relucía en un rerde digno del verano. Tenía la misma postura de siempre, la espalda erguida, las piernas ligeramente abiertas y las manos en las bolsas del pantalón. Raro en ella, traía el pelo largo, oscuro, recogido debajo de una gorra. Se pasó la mano por la nuca desnuda, movió la cabeza a un lado y al otro. Su figura era esbelta, alta y elegante. Vestía un traje café de tres piezas y una camisa blanca. La tela pesada delineaba su contorno como si lo recortara en el azul del agua y el cielo. Esperaba. Suspiró sin darse cuenta, sin decir nada. La inercia la hizo voltear. Sus grandes ojos cafés se posaron en una silueta que caminaba desde el otro lado del horizonte hacia ella. Gritó su nombre y elha le sonrió como si pudiera verla. Levantó la mano y saludó en el ai...

Cuestiones

Mi vida ha estado llena de certezas: la de estar, la de no estar, la de querer estar, la de saber que estaré cuando el momento sea adecuado. La certeza de sentir ha sido siempre la más importante, la que me recuerda de pronto, en esos instantes extraños en los que parece que se me olvida dónde estoy, que me encuentro en el momento acertado. Las preguntas vienen primero, siempre. Ella vino ayer mis sueños y convirtió la última cuestión en una certeza rotunda. Se acercó por la espalda, con esos pasos que retumban en el horizonte distante, con la sonrisa plácida de siempre. Me dio la vuelta por la izquierda y yo la vi pasar de reojo. De alguna manera ya sabía que vendría. Se sentó frente a mí, en una silla que apareció de la nada. Lo hizo con cierta solemnidad, la espalda recta, el cuello alzada, las manos sobre las piernas. Parecía que flotaba. Pero, claro, yo estaba soñando y lo sabía. Era un cafecito, muy pequeño, en alguna calle que se parecía a todas las que conozco. Levanté los...

La Voz

- La complicación de hacer planes tan acelerados es que nunca sabes cómo van a resultar realmente, aquí estamos desde hace cinco días, escondidos del mundo, sin poder comunicarnos con el exterior. Me siento rata. - ¿Por qué estás dudando tanto de ti? Es por ti que estamos todos aquí, por quien hicimos todo desde un inicio, tú nos impulsaste a hacerlo, nos convenciste de la causa. ¿Te acobardaste ahora? ¡No puedes hacernos esto! - Es que... no hay mucho por hacer... - La Voz miró por la ventana. Las calles estaban casi desiertas, sólo algunos soldados circulaban por ellas sin temor. - Tienes razón, me estoy apanicando por nada, lo siento. Fue un lapsus. - Sal de él, te necesitamos. - La Voz respiró hondo, había tenido un par de ataques de nervios desde la última balacera, no podía evitarlos.

Ella

Ella tenía la frente manchada de lodo y las manos de sangre. Había corrido por cerca de dos horas entre las calles de la ciudad y estaba aún muy cerca del centro. No sabía qué hacer. Sandoval se le había perdido varias calles atrás. Miró a su alrededor, buscó reconocer los nombres de las calles para tener una idea de hacia donde ir. Oyó pisotones a lo lejos, gritos de hombres que se decían qué hacer y para dónde moverse. Tenía que seguir corriendo. Tomó la calle de la derecha asumiendo que la llevaría lo más cerca posible de La Voz. El ruido de los hombres quedó a sus espaldas. Cinco minutos después, cuando la adrenalina se había desvanecido en sus venas, notó que necesitaba descansar, pero no podía hacerlo a cielo abierto, era demasiado riesgoso. Buscó una casa, un edificio, en la que pudiera quedarse por un rato, al menos hasta que recuperara el aliento.

Libertad

Fernanda miraba la ciudad desde el ventanal del cuarto, se había bañado con el agua más caliente que pudo aguantar, se había puesto encima nada más que la bata del hotel y se había parado ahí. Se abrazaba a sí misma intentando contener unas lágrimas que no lograba comprender del todo. Los edificios relucían en luces artificiales a lo lejos, las calles bullían de autos y en su mente todo lo que había era un enorme vacío. No alcanzaba a creerlo, ni siquiera a pensarlo, a preguntarse qué hacía o por qué estaba ahí. Se abrazaba a sí misma esperando encontrar en ella un consuelo que no había sido capaz de retener en sus propios brazos. Se sentía más sola que nunca ahora que parecía estar de nuevo en compañía del mundo. Sentía el enorme vacío llenarle las neuronas, escaparse entre las conexiones nerviosas y bajar por su espalda sacudiendo su cuerpo desnudo. Respiró hondo. Se pasó los dedos por el pelo mojado. Abrió la ventana y sintió el aire frío golpeándole los poros. Se sintió... ¿viva? ...

¿Libertad?

La Voz desesperaba detrás de la puerta de la oficina, parecía animal enjaulado. El traje le picaba en todo el cuerpo, la barba al raz le causaba comezón y la palabreja política empezaba a darle dolores de cabeza. Caminaba con pasos indecisos por primera vez en mucho tiempo. Mi primer acto debe ser liberar a los presos políticos, mi primer acto será liberar a los presos políticos, mi primer acto es liberar a los presos políticos. Tenía la mente hecha pelotas entre el parloteo de otros y el interno, escuchaba lejana a una muchedumbre que le aclamaba. Incrédulo, miró el escritorio enorme que yacía frente a sus ojos, al otro lado del cuarto. Ya estoy aquí, donde siempre quise, agárrate de los tenates y anda, esto es lo que estabas esperando, ándale cabrón, pudiste más que ellos, puedes manejar a la masa, hoy puedes manejar a la masa que te quiere. "Estamos listos", dijo una voz masculina abriendo la puerta. Volteó y lo vio de frente, lo abrazó esperando sofocar las dudas en su e...