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El inicio de la guerra


Revolución miraba desde la ventana como la gente huía despavorida de los militares que los asediaban. La Voz la tenía encerrada detrás de la puerta blanca del despacho, no había permitido que nadie saliera en horas y daba vueltas erráticas por el cuarto con lo brazos cruzados. De cuando en cuando paseaba sus dedos nerviosos por su cabello oscuro o por su barba prominente. Se detuvo junto a ella. Le habló por encima del hombro izquierdo como si más bien estuviera teniendo un soliloquio. Revolución respondió en monosílabos y se fue a la segunda pregunta. Se acercó a Fernando que estaba sentada en el sillón del centro con los brazos cruzados y la vista clavada en el techo, el seño fruncido. Sandoval caminaba nervioso, dando saltitos cuando sonaba el celular, hablaba parcamente y contestaba sintético.

-       Deberíamos estar afuera.- Dijo Revolución a un lado de Fernanda.
-       Sí, deberíamos… tenemos las armas y estamos haciendo lo mismo que todos ellos, - señaló con desparpajo hacia la ventana, - escondiéndonos como criminales buscados.
-       ¿Salimos? – Revolución volteó a verla con la resolución que Fernanda había esperado de La Voz.
-       Salimos. – Dijo levantándose.
-       Nos vamos. – Revolución se había detenido a un lado de La Voz. – No podemos quedarnos aquí con los brazos cruzados mientras los masacran vilmente por nuestra culpa.
-       En esta guerra no hay héroes…
-       ¿De qué demonios estás hablando? No es heroísmo, es justicia, ¿no es eso por lo que peleábamos hace unos días?
-       No… no es justicia. Míralos, no pueden protegerse.
-       Para eso se supone que íbamos a estar nosotros, para ayudarlos a protegerse, para darles en la madre a los que imponen el caos y la corrupción… tú me convenciste de esto, ¿cómo puedes echarte para atrás ahora? Tú nos trajiste hasta aquí, ¿nos vas a abandonar?
-       Eso sería no tener huevos, wey. – Le dijo Sandoval desde el fondo de la habitación, La Voz volteó a verlo en automático. – La neta, esto… estar aquí encerrados es no tener huevos, nos estamos viendo como una bola de cobardes que avientan la piedra, esconden la mano y corren. Si ya empezamos algo, hay que terminarlo como se debe.
-       Yo estoy de acuerdo con ellos. – Replicó Fernanda detrás de Revolución. – Ahora es cuando tenemos que pelear por los ideales… ya no hay protestas, ni comunicados de prensa, ni nada de eso, hay que agarrar las armas que tenemos y plantarnos enfrente de ellos, a partirles la cara si es necesario.
-       ¿Tirar a matar? – Preguntó La Voz.
-       Dijiste que harías lo que fuera necesario… y nos convenciste de que eso era lo correcto. Tirar a matar, si nos amenazan ellos primero, lo están haciendo.
-       Tienes razón… tienen razón. ¿Por dónde empezamos? Yo ya no sé para dónde ir.

Revolución agarró la computadora más cercana y abrió un mapa del centro, empezó por señalar los lugares que los militares tenían sitiados, el edificio donde ellos estaban en el momento y los espacios desde los cuales sería más fácil dar el golpe. Armó la estrategia en unos minutos, les dijo a dónde llevar a los heridos y a los civiles involucrados. La Voz repartió las armas. Todos esperaban atentos un gran discurso de su parte, pero él no pudo más que quedarse callado con las armas en las manos. Revolución tomó la palabra.

-       Esto nos va a doler más a nosotros que a ellos. No era lo que queríamos en un inicio, pero siempre supimos que era la posibilidad más alta, llegar a la guerra. No sé si estamos listos para ello, pero es no tenemos tiempo para pensarlo, ni para discutirlo. Eso que ven afuera, los gritos, los tiros, los cuerpos… son nuestra consecuencia y no deberíamos dejar que pasara mientras teorizamos en esta sala. No hay discursos que nos den el valor que necesitamos, pero hay más de una razón para luchar ahora y hay que usarla. Me encantaría decirles que llevamos la de ganar, pero no estoy segura, creo que ninguno de nosotros lo está, pero vale la pena intentarlo, más ahora que ya hemos llegado hasta aquí. Tiren a matar si es necesario y no se detengan hasta que estén a salvo, tomen las armas de los caídos, las vamos a necesitar más adelante, y dénselas a quienes quieran unirse a nosotros. No estamos entrenados para esto, pero tenemos más y mejores razones que ellos para estar aquí. No se trata solamente de nuestros ideales, luchamos por nuestras vidas. No tengo más que decirles, ya saben hacia dónde moverse y a quien seguir. Si se pierden, busquen refugio, si pueden usen los celulares, no usen sus nombres, no se quiten las máscaras. Si pueden, también tomen sus armaduras, tomen todo lo que puedan. Nos volveremos a ver… aquí.

Salieron con las gargantas anudadas y las manos sudorosas, la mayoría de ellos ni siquiera había visto una pistola de verdad en su vida, pero no tenían tiempo de reparar en ello. Se dividieron en grupos pequeños. Sandoval iba a la cabeza de uno, era el mejor tirador que tenían y debían aprovecharlo para sacar a la gente que había quedado atrapada en el zócalo. La Voz llevaba al grupo más pequeño a un edificio cercano para sacar a la gente que trabajaba ahí. Revolución y Fernanda tenían al grupo más grande, el que rodearía a los militares por la espalda para que Sandoval pudiera hacer lo suyo. 

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