Ayer estuve pensando en ti, sin que tú lo supieras. Me quedé observándote mientras leías tumbada en el sillón y tomabas notas en tu libreta verde. Pensé que no te dabas cuenta, pero me sonreías de pronto sin mirarme. Me preguntaba qué pasaba por tu cabeza, qué pensabas de aquello de lo que tomaste tantas anotaciones, qué sentías cuando mis ojos se clavaban en tu boca, qué se te antojaba cuando mojabas tus labios con tu lengua. Quise meterme en tu mente y saberlo todo. Hace mucho que tengo ganas de saberlo todo. Suena un poco enfermo, lo sé. No importa. Deseo tanto estar contigo que quisiera hacerlo incluso cuando estás en tí misma. ¿Me explico? Que amor tan atroz el que te tengo, tan intimidante.
A veces creo que es absurdo lo que pienso, que tanta pasión no puede durar demasiado y que en algún momento vas a cansarte de que te observe. Quizá la que se canse sea yo. O, tal vez, nos acostumbremos tanto a ello que no nos parezca anormal, ni único. Le tengo miedo al vacío, Lia, mucho miedo al vacío. A mirarte sin verte, a tocarte sin sentirte, a que se me olvide que me gusta tu voz en el teléfono tanto como en el oído... ¿Qué hago? ¿Me detengo? ¿Olvido que lo que siento es aparentemente más grande de lo que puedo decir? ¿Desacelero el paso agigantado que he dado estando contigo?
A veces el miedo me invade mirándome al espejo, me doy cuenta de que me veo distinta. Creo que no sé a dónde he ido a parar, ¿me entiendes? Creo que lo haces. Hace unos días me dijiste que veías un futuro conmigo pero que no sabías hasta dónde podía llegar, dijiste que no sabrías qué hacer si no estuvieras conmigo, ¿es cierto? ¿A eso hemos llegado? ¿A ser tan necesarias la una para la otra que si no estamos somos incompletas? Dios... no puede ser.
Quizá sea sólo mi paranoia, mi ataque de nervios... no me hagas caso.
Comentarios
Publicar un comentario