Tengo la certeza de estar siendo estudiada. Siento sobre mí decenas de ojos que me observan, me palpan, admiran mi cuerpo y mi mente como si yo fuera un alienígena recién caído del espacio. Sé que no recuerdo las estrellas. Me tocaban con sus dedos beligerantes y me hacían preguntas absurdas sobre algo que nunca entendí. No quiero comprender. Por meses me trataron como a una bestia. Comer, un privilegio. Leer, una necesidad de supervivencia. Mientras me tuvieron en esa caja de cemento, no vi la luz del sol, no distinguí día de noche, ni supe cómo pasaban las horas. Creé historias en mi mente, me conté miles para olvidar más que para dormir. Ahora hacen experimentos mentales conmigo, intentan quebrarme...
Las paredes de la celda se quedaron impregnadas de mis letras, talladas en lápiz, en piedra, con las uñas si era necesario. Quería recordar porqué había llegado ahí, cómo y qué me habían hecho. Quería recordar para odiarlos hasta la muerte y vengar mi deceso viviente si pudiera hacerlo. Ahora preferiría olvidarlo.
Estoy frente al Hotel Lumiere, la China está adentro con un cliente, yo me he quedado esperándola por si las dudas. Una mulata parece venir a lo lejos, por la calle 3, sus zapatos de tacón resuenan entre los charcos de la calle vacía, su estola naranja vuela con el viento que ella misma levanta al contonearse. Es Romina, una cubana que ha llegado a estos lares como refugiada, igual que yo, sólo que ella lo hizo huyendo de un régimen paterno que no le convenía. Qué extraño, a mí mi padre nunca me pegó cuando era chica, mi hermano me enseñó a defenderme eso sí. Pobre Luis, hace años que no lo veo. Lo dejé en la "madre patria" - esa que llamé casa - y no he vuelto ni a él ni a ella. Romina tampoco ha regresado. Viene a hacerme compañía y a asegurarse de que este "cliente de mala espina" no le haga daño a la China. Si se le ocurre alguna pendejada, le caemos a madrazos y con las tres no puede. Más le vale que no se pase de listo.
Hace muchos años, antes de que entrara a la izquierda, mi amiga Ximena y yo fuimos a nadar a la playa. Nos salamos de la escuela, agarramos un camión y nos metimos en calzones al mar. Aún recuerdo cómo se sentía la libertad sin remordimientos, la adrenalina de saber que hacíamos algo "incorrecto", y el agua del mar pegándonos la tela al cuerpo. Apenas llevábamos unos pesos para comer, compramos una cerveza y dos volovanes. Pasamos toda la mañana tiradas al sol, tostándonos sin preocupaciones, riéndonos sin consecuencias. Perdí a Xime el día de la revuelta. No creo que ni Romi ni la China lo sepan, no recuerdo habérselos contado. No importa, de todas formas nos dejaron ir a todos el mismo día, abrieron las puertas y nos lanzaron de vuelta a una realidad que ya no conocíamos.
Ya viene la Romi... La China sigue en el cuarto, no debe tardar en salir.
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