Por las mañanas, me levantaba el ánimo desconocido de abrir la puerta y lanzarme al mundo sin pensar. Quería volar, pensaba que podía, fantaseaba que abría unas alas de aire y planeaba por el infinito. Las noches llegaban serenas con sus cielos llenos de unas estrellas fulgurantes que hablaban en la lengua de los sueños, una que yo podía entender. Se me pasaban las horas contando ilusiones y no reparaba en la realidad del tiempo, no tenía objeto hacerlo.
Hoy los tiempos han cambiado como suelen hacerlo ante el influjo de las estaciones, ni soy la que sueña ni soy la soñada. Hoy estoy en el espejo un poco celosa de la que fui antes, un poco desilusionada del cómo han resultado las cosas. No puedo volver, ni quiero intentarlo, sólo quiero prestarme los ojos que tuve para ver el mundo de ahora con las mismas alas de aire que tuve antes. ¿Es mucho pedir?
Tengo que confesarlo, sufro de un pequeño complejo de Peter Pan, no quisiera tener que crecer demasiado y si he de hacerlo, quisiera que fuera con los mismos ojos que tuve antes... qué hay de malo en no querer peder la capacidad de asombro, en querer ver una belleza simple e implícita en las cosas más sencillas, en buscar olvidar las presiones con los placeres más mundanos, en sonreír con una paleta y ser feliz con un helado de chocolate, en esperar que los momentos perfectos sean sólo con amigos y risas, en vivir rodeado de ficciones y fantasías que se comparten... después de todo, héme aquí, con mi pequeño complejo, escribiendo fantasías como siempre lo he hecho, inventando mundos y personas. Hélos aquí, leyéndome (gracias por hacerlo), mientras observo al espejo con mis ojos de niña esperando que el mundo se vea igual de colorido que antes. Quiero mi mundo technicolor, dulce y acidito como paleta de sandía con chile, a eso debe saber la vida.
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