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Lo que Lucía pensaba ayer

Lucía tenía la mente en blanco, estaba sentada en la puerta de la casa, una taza de chocolate le calentaba las manos mientras veía a la gente pasar desde los escalones de la entrada. Un auto rojo se estacionó frente a su casa, un hombre alto y corpulento bajó de él con dificultad, caminó hacia la tienda de la esquina y salió minutos después con una cajetilla de cigarros, encendió uno y entró por una puerta de cristal a un edificio alto. Lucía lo siguió con los ojos.
Una mujer, vestida de negro, con el cabello pintado de azul eléctrico, cruzó la calle hacia donde Lucía se encontraba. Su actitud severa, su rostro recargado de maquillaje, la arracada en su nariz, los ojos que miraron a Lucía de frente, le hicieron sentir cómo su mente caía en reposo absoluto. Lucía sonrió por instinto y la mujer se desconcertó. Ambas continuaron mirándose a los ojos por unos segundos, en el momento en que la mujer dio la vuelta a la esquina, Lucía no encontró otra mirada que perseguir. Se quedó con los ojos fijos en la pared de la casa tras la que desapareció la mujer.
Un hombre joven apareció frente a la casa de Lucía, la miró desde el otro lado de la calle con curiosidad, observó los edificios a su alrededor y paseó su mirada por una hoja de papel que sostenía frente a él. Cruzó. Lucía lo vio caminar hacia ella mientras sorbía su chocolate. Santiago se plantó frente a ella con la hoja aún en la mano y preguntó si el número de su casa era correcto. Ella lo miró dudosa, claro que era correcto. Él sacó de una mochila un paquete cúbico y se lo entregó. ¿Podría firmar aquí? Ajá... Lucía se quedó con la caja en las manos sin saber qué hacer. Santiago se fue.
La caja parecía una promesa devuelta a su dueño, aparentemente común, vacía y sin muchas pistas. Lucía dejó la taza en el suelo. Entró a la casa sin cerrar la puerta, abrió la caja con una llave que descolgó de la pared. Una lágrima comenzó a escurrir por su mejilla. Sintió al corazón detenerse y a la respiración faltarle aire. Intentó apartar la mirada del contenido y volteó hacia la puerta abierta. Santiago estaba parado del otro lado de la calle, observando. Sus ojos se cruzaron unos segundos. Lucía no quiso hablar, salió con la caja en las manos y se paró en la entrada. Santiago la vio, negó con la cabeza una y otra vez mientras ella lo miraba con una pregunta colgándole de los ojos, resbalando por su cara y cayendo en su cuello. Nadie dijo nada, ambos se dieron la espalda, ella regresó a casa y él - sin saberlo - también.
Lucía entró, cerró la puerta de golpe y escuchó a la taza rodar por el escalón, estrellarse en el suelo. El ruido la sorprendió y recordó que había dejado el chocolate afuera. No importaba. Con los ojos puestos en el hueco de la caja, Lucía caminó hasta su cuarto. Depositó el contenedor en la cama y comenzó a vaciarla.

Luz:
 Aquí están todos nuestros recuerdos, espero que los conserves ahora que yo no puedo. No tengo más explicaciones, lo siento. Debo dejarlos ir. Te amaré siempre.

Atónita, Lucía empezó a extraer fotografías, cartas, notas, postales, imágenes que para ella habían quedado guardadas en un rincón de su mente al que no había regresado. Por un instante, volvió al momento en que la vio por primera vez, recordó su rostro, su modo de andar, lo que traía puesto aquél día de septiembre en el que todas las fuerzas le faltaron. Olvidó el sonido de las voces de otros y se sostuvo en el aire durante unos segundos. Fue una avalancha. Desde entonces Lucía pasaba por el nombre de Luz sin importarle el contenido del unisílabo.
Las memorias empaparon su mente, comenzó a seguirlas, una a una en esa corriente de pensamientos que la habían tomado por sorpresa. Pensó en llorar, pensó en reír, pensó en saltar, en tomar el teléfono y marcar ese número que sabía de memoria, pensó en quemarlo todo, en lanzarlo a la basura y no volver a pensarlo jamás... no se atrevió a hacer ninguna de esas cosas. Una duda culminó sus sensaciones: ¿por qué?
¿Por qué ahora? ¿Por qué así? ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué desapareció de pronto dejando un vacío helado tras ella sin decir una sola palabra? ¿Por qué nunca me explicó por qué?
Lucía pensó en el pasado, en aquella voz que le había quedado grabada en la mente con todas esas palabras dulces, románticas, eróticas, que provocaron aquellas sensaciones. Parecían lejanas. Los recuerdos se hilvanaban por pedacitos, sabía que algunos no correspondían pero no importaba, quería volver a sentir, quería volver a pensar, volver a ser. Lucía quiso volver al pasado, repasar cada uno de los momentos en que se encontraban juntas y dar con la causa, entender las razones, comprenderlo todo para poder olvidar y dejarlo ser.
Ayer, mientras miraba esa caja llena de recuerdos delegados, Lucía pensaba que quería volver a ser Luz para entender lo que se sentía ser ella y ser otra al mismo tiempo.

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