Timothy caminaba por la calle vacía mirando hacia todos lados, no entendía muy bien en dónde estaba ni cómo había llegado ahí. Las manos apretadas en los bolsillos de la chamarra gris, el cuerpo encorvado para mantener el calor, el niño intentaba cubrirse de las ráfagas heladas que azotaban polvorientas. El cielo era gris, la luz del sol se difuminaba como si todo fuera una gran masa de nube luminosa. El panorama era gris, a diestra y siniestra se levantaban pedazos de edificios que alguna vez estuvieron habitados, todo era ruina, todo era polvo. En esa calle infinita Tim aparecía como un fantasma, un recuerdo lejano que encontró color entre el mundo de sombras.
Un murmullo se oyó a lo lejos, se acercó amenazante, se tragó al niño en un gruñido. Timothy sintió las orejas arderle mientras pasaba por una nube polvorienta que gruñía con furia, se agazapó contra el suelo y resistió. Pensó que era una bestia enorme que se lo comería vivo, pero sólo era sonido, aire y polvo. Se levantó, se limpió la cara como pudo y miró a su alrededor por enésima vez sin entender.
Papá Ceniza decía que los sueños rotos se iban a algún lugar, que los... los... Shh... (nunca digas su nombre), se los llevan y los dejan ahí olvidados. Son pedacitos, decía, nada más. Primero rompen los sueños y luego secuestran un cacho para dejarlo en ese lugar que nadie sabe dónde está.
¿Por qué se acordaba de eso en este momento? ¿Por qué lo pensaba estando tan aparentemente lejos de casa, perdido, en una calle solitaria? No sabía. Y de todas formas, a los 10 años no hay mucho de muchas cosas que puedas saber, ni mucho que entiendas aunque seas muy inteligente, o eso pensaba Timothy.
Se quedó en medio de la calle, contemplando perplejo lo que lo rodeaba. Sabía que aquello de los sueños era un cuento para niños, una historia para hacerte dormir temprano o convencerte de comer verduras. Lo sabía, aunque Papá Ceniza no se lo dijera. Pero... entonces... por qué todo esto se parecía tanto a los relatos de Papá Ceniza... Qué era, dónde estaba, cómo había llegado ahí, por dónde podía regresar. Los pensamientos de Timothy agotaban a su cabeza. Perdido, con frío y sin un alma que pudiera ayudarlo, el niño tomó fuerzas de la nada y comenzó a caminar por la Calle de los Sueños Perdidos.
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