Sentada frente al mar en esa tarde lluviosa de agosto, Carla pensaba en el inifinito. Lia miraba por la ventana del departamento semivacío cómo caían las gotas sobre el asfalto caliente, tenía a Satanás en sus manos y lo acariciaba lentamente, él ronroneaba gustoso. Ángela caminaba por la avenida central intentando cubrirse de la lluvia con su mochila, corría de techo en techo esperando mojarse lo menos posible. Álvaro estaba atorado en la oficina, acababa de salir de trabajar pero la lluvia lo obligaba a permanecer en el edificio. En la cocina de Diego los olores frescos del tomillo y la albahacar se mezclaban con el aroma de la tierra mojada que subía desde el jardín de su vecino, Lalo lo esperaba en la sala leyendo un libro.
Hacía dos semanas que Sara se había ido de la ciudad. Del otro lado del país, pegada a las montañas que no llegan al mar, su casa era un refugio de lo urbano. En su gran patio Sara tenía dos árboles frutales y algunas hierbas de olor que se habían dado de forma natural. Su vida era diferente ahora, lejos del mar y del bullicio de aquella ciudad nocturna.
Satanás saltó de las manos de Lia y fue a meterse entre las sábanas, se acostó hecho un ovillo y cerró sus ojos gatunos despreocupadamente. Sonó el teléfono...
más!! :D
ResponderBorraren esas estoy ;) escribiendo más y más!
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