Las gotas de lluvia de un recuerdo borroso caen entre los párpados de la mujer de negro, observa intranquila el panorama gris de la vida citadina y se lamenta a cántaros por la vida que se le escurre por los poros. La mujer contempla un bullicio interminable de luces que corren despavoridas en los caminos de asfalto, que se mueven al unísono del estrés cotidiano, exhalan voces de humo y se gritan las unas a las otras en fumarolas intermitentes. Su vestido de espuma poludida se mece entre las voces chillonas de los anuncios de neón, el tumpa tumpa de bocinas que atropellan mentes y la danza de los esclavos de la ciudad que la alimentan constantemente con sus drogas sintetizadas en grandes pantallas alucinógenas. La mujer incurre al suicidio momentáneo, mata su dolor con una inyección de adrenalina y se deja caer de un alto edificio, levanta el vuelo cuando está por tocar el suelo y los carrizos de su cabello suenan vacíos entre la penumbra iluminada de la noche citadina. Lleva su pena u...
Conversaciones en el vacío de muchas voces.