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Hace tanto tiempo que ha quedado el silencio que ahora se siente como una película de ectoplasma que permanece inerte en el aire. La observé con los oídos bien clavados en su respiración, penetraba el aire a su nariz, por la garganta, a los pulmones y yo lo escuchaba salir lentamente de su boca en palabras casi monótonas, ¿o será que yo no quería escucharlas? Ella hablaba y hablaba de la vida, del mundo, de las vueltas de fortuna... habla y hablaba entre mi silencio taciturno. La miraba a los ojos de cuando en cuando, la luz vivía en ellos desde hacía tanto tiempo que estoy segura de que ella había olvidado la primera vez que la vio. Palpé una predestinación al encuentro que no había podido prever. El silencio empezaba a escurrírseme por la piel y los oídos prestaban atención a los labios que se movían cadenciosamente. Me mantuve prendida de su articulación perfecta, de sus oraciones estéticamente fantásticas, de la boca que las iba recreando cuando picaban en la lengua fugaz. Repetí sus palabras como merolico, observando pacientemente los movimientos de sus labios, haciéndolos míos, siguiéndolos enteramente, moviendo los míos con los suyos, jugando con sus poros desde el otro lado de la mesa, con la mirada atenta. Ella lo sabía, lo había sentido desde antes, me miraba de la misma forma y yo lo sabía. Una pregunta tras otra, una afirmación, una confirmación, una certeza... fluyendo en instantes donde las sonrisas no cabían del todo, no se terminaban, se quedaban en intento rápidamente interrumpido por otro respiro, otra palabra, otra pregunta... otro instante en el que los ojos no dejan a los labios y bailan una danza que sólo ellos entienden mientras el pecho argumenta en latidos, en suspiros, una trama que no ha de terminar tan de pronto. Los sorbos de café son espontáneos, interrumpidos por otra frase, un chiste, una risa nerviosa, un suspiro. Rápidos y certeros son los golpes de sus palabras sobre mis orejas, húmedos de pronto. Fugaces, mis respuestas instantáneas, elaboradas, juguetonas... Nos vimos a los ojos, tan espontáneamente que no notamos el cambio. Robóticamente nos levantamos de la mesa en silencio, de vuelta al silencio fantasmal que había dejado de ser barrera, se fundía el mío con el suyo en esa misma danza de palabras de la que se habían apoderado una serie de pulsiones, de rayos eléctricos que recorren el cuerpo en segundos, electrizan los párpados y sacuden a la mente. El silencio se tornó aliento hasta que el suspiro se volvió palabra.
La última vez que grité tu nombre no me escuchaste, estabas lejos, la próxima vez que lo diga será en tu oído, en un grito silencioso que pasará del tímpano. Se quedará mi voz impregnada en tus neuronas y seguirás el movimiento de mi boca mientras observo atenta a tu conversación infinita. Dejaré después que los silencios se fundan hasta que las palabras marcadas por mis dedos en tu cuerpo se marquen en tu piel.

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