Había una vez un reino muy lejano, gobernado por un rey de tez oscura y ojos almendrados, sonrisa tranquila y voz grave. Era un reino tranquilo, muy tropical, lleno de colores y figuras distintas, de plantas y animales exóticos. Todos vivían felices en medio de una fiesta perpetua. El rey miraba a todos desde lo alto de su palacio, un palacio hermoso de maderas aromáticas y telas coloridas que estaba plantado en la copa de un árbol muy alto. La gente veneraba a su gobernante por ser justo y agradable, lo seguían a toda costa. En este pueblo no se recordaban las guerras, se cree que nunca hubo alguna. A las ocho de la mañana comenzaba el día, justo cuando el sol subía por los árboles de la selva y el calor comenzaba a dorar las pieles de las personas. A las doce del día, cuando el calor húmedo se volvía insoportable, la gente se daba un tiempo para el ocio, algunos leían, unos dormían, otros jugaban juegos de mesa. A las nueve de la noche se acababan las actividades laborales, pero c...
Conversaciones en el vacío de muchas voces.