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De cómo los pingüinos fueron aves que no quisieron volar


Cuentan las historias de los viejos que el mundo se hizo de agua. Dicen que primero fueron los grandes mares, luego emergieron de ellos las imponentes montañas y sin que alguien pudiera darse cuenta, ya habían aparecido los cielos. Las creaturas fueron al final, compuestas por pedacitos de cosas que se quedaron varados en lugares distintos, los osos de nieve perdida entre las rocas, los peces de cachitos de aire encerrados en agua, las arañas de girones de nube atrapados en las copas de los árboles que ya eran viejos en el mundo. Las aves fueron las más interesantes, diversas en sus formas y colores cada una tomó de donde quiso lo que más le gustó, el águila es aire frío más piedra volcánica, el quetzal es piedra preciosa más aire selvático, la gaviota es brisa marina y arena.


El pingüino nació entre todas ellas, una mezcla de agua marina gélida, aire austral y roca de acantilado lo formaron. Él decidió ser como es, ni ave ni pez. Miró al mundo desde su montaña olímpica y quiso bajar a lugares donde ningún otro ser habita, quiso ser único. "Si soy ave", se dijo, "tendré que volar. Si fuera pez, querría nadar. Pero no me gustan las escamas, ni las alturas nubosas... ¿qué haré?"



El pingüino vino al mundo con ganas de aprender y ser algo. Primero habló con el halcón, le preguntó cómo era volar tan alto y él contestó con una sonrisa mientras se elevaba entre las nubes, le gritó desde arriba que era mágico, adrenalina pura, emoción al límite, "caer en picada es lo mejor, sólo te dejas arrastrar hacia abajo por la tierra mientras sientes el aire en el rostro y luego, a pocos centímetros de la tierra, despliegas las alas y te elevas de nuevo". El pingüino quiso intentarlo, voló hacia arriba con unas alas prestadas y se dejó caer, sintió el aire en el rostro, la adrenalina correr por sus venas, pero no pudo elevarse a tiempo y se estampó en el suelo rebotando con la barriga. "No quisiera volar", se dijo, "no me gusta llegar tan alto".


Entonces quiso hablar con otro animal y buscó a la ballena. "Nadar es fantástico, te sumerges en el mar y sientes el agua sobre tu piel, flotas y juegas con animales pequeños, te revuelcas entre las olas, saltas fuera del agua y caes al mar de vuelta sin dolor, luego te sumerges... más abajo... más abajo... ¡hasta el fondo!", y la ballena se perdió entre las aguas oscuras. El pingüino quiso seguirla pero se dio cuenta de que tan abajo ya no veía nada y volvió a la superficie.


"No quiero volar, así que estas alas no me sirven, quiero nadar pero no tengo aletas... quiero ser pez y me gusta ser ave... a partir de hoy seré un ave que no vuela, aprenderé de la ballena y los delfines a jugar en el agua, de las aves a deslizarme no entre las aguas sino en el hielo, viviré en el sur y seré único". Y así fue como el pingüino llegó al mundo, a sus montañas gélidas sobre las que juega y a sus mares helados entre los que nada. No es ave, no es pez, es pingüino.

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