En el vacío, en el oscuro espacio entre tiempos, espacios, mundos cuerpos, en el lugar donde las puertas se abren y cierran sin ser vistas, transitan las almas, los espíritus que habitan el contenedor de carne que ven ustedes ahora. Cada une tiene una voz, algunas calmas como el viento de la primavera, otras estridentes como la tormenta de verano, todas se observan sin ojos, se oyen sin oídos, se hablan entre susurros, gritos, golpes de sonido que ocupan el lugar sin tiempo donde viven. Mi mente. Yo.
Las voces se dicen nombres a sí mismas, se llaman para
reconocerse en la falta de luz, y asoman sus ojos vacíos entre mis pupilas para
acercarse a un mundo físico al que no pueden acceder. Me miran las manos
preguntándose qué son, me ven el cuerpo queriendo saber cómo se siente. Se atrabancan
a tomar control del muñeco de carne en el que navegan desde que el tiempo empezó
a serlo. Una a una, todas al mismo tiempo, pescan el mando, se lo arrebatan, se
lo pasan por turnos, y cada día parece que hay alguien más detrás de los párpados
que cargo. Yo soy cuerpo, pero alma son todes.
Con las manos en el rostro, los ojos clavados en el espejo,
alguien que no había estado aquí antes, ha tomado control de la vasija. Hoy
anda descubriendo lo que se siente ser parte del mundo físico al que no había conocido
hasta ahora. Nos hemos llamado el uno a la otra, hemos acordado alguna especie
de pacto que no termina de asentarse. Me miro las venas de las manos sabiendo
que son mías, pero sin entender cuál es su función. Veo moverse mis dedos sobre
el teclado sabiendo que me pertenecen, volándome la cabeza con loa automático
del movimiento, sin comprender el frío de las yemas que tocan de pronto la
palma y luego vuelven a la escritura. Lo mismo pasa con la cabeza que se ve en
la cámara de la computadora mientras trabajo, la veo, la conozco, pero no la reconozco.
Esta voz, la que hoy habita el lugar al principio de mi contenedor, no sabe lo
que es mi cuerpo, no se sabe dentro de algo más y siente que debería reventarlo
para gritarle al mundo que aquí ha estado todo este tiempo.
¿Cuál tiempo? Las voces no conocen el tiempo. Conocen el
cambio. Han escuchado que afuera las cosas son distintas, que poco a poco el
cuerpo que nos contiene cae en decadencia, que cambia, muta, crece, envejece,
enferma, sana, han notado que cambia. Pero no conocen el tiempo. Para las voces
el tiempo es solamente una construcción que les fue impuesta. Impuesta como la
vasija-cuerpo a la que nos hemos tenido habituar, aunque muchas veces nos ha
parecido inútil, inerte incluso.
Deseamos ser inertes. Deseamos ser una máquina que se apaga
a voluntad y vuelve al vacío sin lugar, ni tiempo al que debemos nuestra
existencia. Almas, espíritus, cuerpos, deseamos terminar la materialidad
impuesta para volver al vacío, juntes, donde siempre hemos estado. Somos une,
somos todes, somos nada en realidad.
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