Al principio pensaba que el mundo era ordenado, unas cosas van por aquí y otras por allá, unas caminan de este lado y otras de éste otro, y así. Pensaba que el orden seguía un plan maestro, una estructura subyacente llena de fórmulas exactas que hacen que la relación entre el plato derecho y el izquierdo del equilibrio se balanceen en paz. Luego, el caos. Ni por que yo lo quisiera, ni por que el mundo lo pidiera, ni por alguna razón divina, simplemente por que es. La naturaleza se destruye y se transforma, y nosotros no entendemos que ni siquiera lo divino es para siempre. Caos, eterno, subyacente, "estructurado" y formuloso, pero impredecible, siempre impredecible.
Fui entendiendo, como el mundo pasa, como la vida pasa, que el caos pasa y el mundo se tiene que aguantar. El caos viene en forma de tormenta, de terremoto, de huracán o de erupción volcánica y ¡zas¡ ¡Pum! ¡Chin! Se acabó. Eso que pensábamos que era eterno, que era fuerte, que era nuestra gran roca, se cayó o se calcinó o se llenó de agua. Ante el caos no somos nada, un granito de arena en medio de las fuerzas naturales, no hay mucho que podamos hacer si no es aprender a flotar entre sus desastrozas manos. Somos chiquitos... pero somos muchos.
Hasta ahora, en medio de nuestros problemas mundanos de que si fulano dice tal burrada, o si mengano se roba tanta lana, el caos nos había llegado racionado: hoy aquí, la semana que viene allá, y en cantidades pequeñas. La vida vuelve a su normalidad en apenas unos días. Es septiembre, México conmemora mil cosas (como todos los meses), se acuerda que a lo lejos un día de estos le vino a dar una sacudida inolvidable, un momento de caos. Pero este septiembre, el de 2017, no se anda con juegos y viene con todo, primero aquí y luego allá. La madre naturaleza y su hijo pródigo nos recuerdan que somos efímeros, no es por su voluntad, ellos son involuntarios, tampoco nos llevan cuenta de todas las estupideces que hacemos a su alrededor, simplemente se mueven por que así son. Se mueven y nos sacuden, para recordarnos de dónde venimos y a dónde vamos a parar.
El pánico ya pasó, pero el caos continúa, no sólo en una megalópolis conmocionada, también en los pueblos (se acuerdan de los pueblos), allá lejos en Chiapas, en Oaxaca, en Morelos y en Puebla donde hacía años no los tocaba una sacudida tan fuerte. Allá donde nomás llegan los camiones del gobierno para acarrear gente a las urnas electorales, y luego luego se les olvida que existen.
Y de una cachetada nos despiertan a todos, en cada rincón del país se habla de terremotos. Y salimos de nuestras casas con cara de preocupación pensando qué hacer, cómo hacerlo. Uno que está bien lejos se siente inútil, revisando el internet como enfermo para saber si no se le ha caído la casa a alguien que conoce, o al amigo de un amigo, o a quien sea. A uno que le importan estas cosas le duele ver en la televisión que lo están extorsionando con una noticia que ya de primera vista parece falsa, pero que tiene detrás imágenes reales de gente real que está dándolo todo. Luego, el gobierno...
Puntos suspensivos, señoras y señores, largos, pausados, absurdos... así como el gobierno, pues. Viene el gobierno y le da en la torre a todo.
Ante el caos del terremoto surgió la estructura, la de nuestra propia naturaleza social, la respuesta inmediata: dejemos de quejarnos, ¡manos a la obra! La sociedad, en todo su muy amplio sentido, se fue a las calles de donde estaba a hacer lo propio. Y los que quedamos geográficamente afuera, pues nos pusimos con lo nuestro: si no tienes nada importante que decir, no dijimos nada. Los medios sociales son para quienes los necesitan, vamos a usarlos así. El gobierno, los medios masivos, los amarillistas se quedaron en segundo plano y aparecieron horas después cuando las largas filas de hormigas humanas ya estaban sacando a su gente (en ese momento toda la gente pertenece a toda la gente y a todos lados) de entre los escombros, movilizándose mejor que los mejores entrenados del poder en turno.
Entonces recordé lo que pensaba del caos y lo vi por encima de todo, como una ola avasalladora que viene a llevarse todo orden. La política del gobierno, la de los medios masivos, es sembrar más caos. Nos llenan de informes baratos, de noticias a la medida, de "lo que queremos oír", saben que lo único que necesitamos es silencio y nos hacen ruido. Así nos han traído, entre dimes y diretes, olvidando que somos más pensantes que eso y abogando a una apatía que tiene sus raíces en ellos mismos (no en nosotros, ya lo dejamos claro).
El caos suele dejar destrucción, rompe estructuras, derrumba esquemas inservibles, y luego ¿qué? La naturaleza reconstruye, así pasa siempre, las selvas, los bosques, los humedales, los pantanos, están ahí por una razón, los árboles se caen y la naturaleza reclama territorio usándolos para miles de cosas (los llena de moho, por ejemplo). El caos ya nos mostró lo frágil e inservible que es nuestra estructura, ya nos vino enseñar de dónde sacar la fuerza y a quiénes les importa más qué cosa. ¿Qué vamos a hacer con eso?
Este septiembre nos demostró que tenemos todo lo que necesitamos para levantarnos de nuevo. Nos enseñó, otra vez, que los gobiernos nos ven como entes separadas. Ellos, cuales señores feudales, viven en sus fortalezas, alejados de nosotros, el vulgo. El poder está abajo, por que la determinación está abajo, por que la fuerza está abajo, por que los números nos favorecen. Para ellos, y digo ellos con desdén, somos una bola de infantes pediches que servimos para darles la vida que merecen, no somos su pueblo, somos un pueblo, uno cualquiera. "Merecen abundancia", ellos, los de arriba. Nosotros no los merecemos a ellos y ellos tampoco a nosotros.
Merecemos algo más amable, más humano, merecemos que, si alguien nos gobierna, no sea alguien que busca hacer "carrera" de nosotros, si no alguien a quien le importe que su pueblo está en ruinas y reconstruyéndose a sí mismo. México no está dividido por estados, ni por clases sociales, ni por generaciones, está dividido entre los que estamos en la calle y los que están en los congresos, en las casas blancas, en los gobiernos; está dividido entre los que meten las manos y forman vallas humanas para ayudarse unos a otros, y los que andan en aviones tomándose la foto entre los escombros de un lugar para irse a otro. Ellos nos toman por sentado y nosotros nos estamos tardando en darnos cuenta de eso.
Ya es hora. Ahorita, sí ahorita, es el momento. México está despierto, hay que levantarse, hay que buscar entre nosotros el cómo y dónde quitarlos a ellos. Si el caos derrumbó la estructura inservible, hay que volver a armarla, desde abajo, desde los cimientos. A ellos que se sienten divinos, intocables, absolutos, a ellos hay que abrirles los ojos y bajarlos al suelo, aquí somos todos iguales, ante el desastre y la naturaleza, todos somos iguales, que no se les olvide. Que tampoco se nos olvide a nosotros. Que sirva de algo toda esta catástrofe. Que nos alborote el espíritu y nos lo deje alborotado para levantarnos de donde estamos y dejar caer a los que nos agachan.
It´s great to read you again, after all you have always been Revolution.
ResponderBorrarMay the entropy be always in your favor.