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Mostrando las entradas de noviembre, 2011

Lia... otra vez

Lia pensaba pegada a la ventana, Carla la observaba desde el sillón sin preguntar. Las preguntas se arremolinaban en su cabeza como volutas de humo que penetran por la nariz para alojarse irremediablemente en las neuronas. Se sintió ligera, luego muy pesada, algo le ardió en el corazón y le hizo nudo la garganta. Tenía una pregunta pendiente. Miró a Carla como esperando oír la respuesta pero sabiendo que no era ella quien debía dársela. "Ve a buscarla", fue todo lo que le dijo. "Pero..." y se quedó en silencio viendo de nuevo a la ventana. Lia había querido volver a verla, pero no había tenido el valor para hacerlo. Se había detenido varias veces con el celular en la mano y su número marcado sin atreverse a presionar el botón. Decidía olvidarlo y días después volvía a asaltarla la idea. Qué hacer. Carla no decía nada, la veía sufrir en silencio, dudar y sufrir. La verdad es que ese número nunca sería marcado, jamás volverían a verse, ni a hablar, ni Lia se atreverí...

El inicio de la guerra

Revolución miraba desde la ventana como la gente huía despavorida de los militares que los asediaban. La Voz la tenía encerrada detrás de la puerta blanca del despacho, no había permitido que nadie saliera en horas y daba vueltas erráticas por el cuarto con lo brazos cruzados. De cuando en cuando paseaba sus dedos nerviosos por su cabello oscuro o por su barba prominente. Se detuvo junto a ella. Le habló por encima del hombro izquierdo como si más bien estuviera teniendo un soliloquio. Revolución respondió en monosílabos y se fue a la segunda pregunta. Se acercó a Fernando que estaba sentada en el sillón del centro con los brazos cruzados y la vista clavada en el techo, el seño fruncido. Sandoval caminaba nervioso, dando saltitos cuando sonaba el celular, hablaba parcamente y contestaba sintético. -        Deberíamos estar afuera.- Dijo Revolución a un lado de Fernanda. -        Sí, deberíamos… tenemos las arm...

La carta

Ayer tuve la certeza de ver la luna reflejada en las olas, mecerse hasta la playa y hablarme. Estaba soñando. Lo sé porque volví a ver su rostro en la luna y sus ojos entre las olas. La extraño tanto. La última vez que la vi sus labios eran azules como el hielo, su cuerpo congelado e inerte yacía pesado sobre la borda del barco, mis lágrimas se mezclaban con la sal del agua marina. La mujer verde me miraba como nunca, vacía. Quise lanzarme al mar oscuro y recuperar el aliento que había dejado adentro. Quise desgarrarme el alma y regresarle la vida. Ayer me detuve frente al mar y le lancé mil blasfemias, hubiera querido matar a Poseidón con las manos desnudas por habérsela llevado tan de pronto. Lloré toda la noche. Discúlpame si te lo digo tan de pronto, pero la extraño, la extraño tanto que no puedo contenerlo. Quisiera salirme de mi cuerpo con las lágrimas, quisiera que el de esta noche fuera el último aliento que yo tomara. No creí sentirlo tanto, pensé que tenía a la muerte super...