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La mente de la mujer de negro

Volví a soñar con el hombre azul. Estaba sentado de espaldas a mí en la cafetería de la 3. Su traje de rayas  resaltaba entre la clientela estudiantil del lugar como una mancha de café en un mantel blanco. Vi el contorno de su cuerpo y se me estremecieron los nervios. Tuve la certeza instantánea de que era él sin serlo. Algo me decía que detrás de ese espeso cabello oscuro había sonrisa malévola al asecho. Juraría haberle visto los labios de Guasón desde el reverso de la cabeza. No quise acercarme, pero él ya me había visto y me llamaba con la mano. Caminé sigilosamente, nerviosamente, hasta la mesa y me senté frente a él sin saludarlo. No dijo nada. Si lo hizo, yo no lo escuché, estaba absorta en sus ojos oscuros y endurecidos, casi vacíos. Me parecía monstruoso detrás de la máscara de dulzura que solía ser su rostro. Lástima, pensé, era muy guapo, ahora se ve deforme: ojeroso, pálido, demacrado, ríe nervioso, pareciera que tuviera miedo de que alguien lo asaltara de pronto. Debería tenerlo. No quise quedarme mucho. Tomé la taza de té de un sólo jalón y salí de ahí lo más rápido que pude con una excusa absurda. Voltee desde la calle para verlo, se veía distinto, diminuto. Ése ya no era el hombre azul, era apenas una sombra de él mismo.
Aún no sé qué pensaba hacer conmigo. ¿Ahogarme, envenenarme, ahorcarme, apuñalarme, matarme lo más lentamente que pudiera? Algo en mí, una parte muy morbosa en mí, quisiera saberlo. Esa parte espera que hubiera tenido la decencia de enterrarme después, o de morir conmigo, de demostrarme alguna especie de afecto después de llevar a cabo ese horrible acto. Fue despiadado con los otros, frío, intocable, imperceptible. Hasta el ataque de Rojo. ¿Me habría demostrado que, para él, soy diferente de los otros? ¿Me habría tenido mayores consideraciones? ¿O es que nunca planeó matarme a mí también? Quizá eso fuera. Después de todas las veces que dijo que me amaba, que me quería sólo para él, quizá no se haya atrevido a tocarme.
Después de mañana no lo volveré a ver. Me aseguraré de que lo traten como se merecía el amante que perdí entre las manos del asesino y no volveré a verlo. Me iré de la ciudad, del país si puedo, para no regresar nunca. Pobre de Rojo, él se quedará sólo en estas calles perversas, en este mundo sobrio y hostil que nos ha alejado de la humanidad que solíamos tener. Será mejor que no hablemos nunca de lo sucedido y que cada quien rehaga su vida como mejor le resulte. El hombre azul no volverá a vernos, ni a tocarnos, desaparecerá de mis sueños como si nunca hubiera existido, me aseguraré de no tenerlo más en mi memoria... después de mañana que le de el último adiós.

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