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Querida Sara:



Esta es la carta que te escribo desde lejos, sin creer que la leas, esperando que lo hagas sin habértela enviado (ilusa de mí)... Yo qué sé, a lo mejor un día encuentras esta libreta donde guardo todos los recuerdos apilados de lo que un día fue y otras cosas más que no he dicho en público pero que me gusta decirte sin que lo sepas.
Hace un par de días abrí mis apuntes y encontré tantas cosas que te dije, que nos dijimos. Encontré fotos perdidas entre los archivos de la computadora y sonreí al vernos. Éramos distintas... y tan iguales... No lo sé. Quería decirte, simplemente, que ahora que te pienso lo hago con cariño, olvidé (por desición propia) todo aquello que nos causó roces en un pasado. Es una lástima que hayamos tenido que despedirnos tan abrúptamente, pero así es la vida. Quisiera estar tan cerca del mar ahora.
Hoy extrañé platicar contigo, como lo hacíamos aquellas veces en que salíamos al Café Azul y todo era tan nuevo, tan fresco, tan sutil. Recordé esa tarde que nos encontramos en la galería y hablamos horas sobre algún tipo de arte que no terminábamos de entender (la verdad es que estaba mal hecho, pero eso no podíamos decirlo). Extrañé las tardes en el parque soleado, caminando, hablando de nada en específico y de todo al mismo tiempo, como si puedieramos abarcar al universo en un intercambio de palabras y desenredar todos los hilos negros de la maraña del espacio. Éramos sencillas, nos complicamos solas en el camino. Así es la vida.
Sólo quería decirte que te sigo escribiendo...

Saludos.

Lia

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