Es noche, la luna y su halo de plata cubren una porción del cielo que ha escapado de las nubes, hay estrellas escondidas detrás de una espuma dudosa. El aire helado corre por las montañas, se vaticina la niebla detrás de él, su húmedo aliento persigue los huesos y corroe hasta el tuétano.
Es invierno. El señor invierno...
Las calles empedradas se pueblan de colores amarillos y naranjas que pasan a azules y blancos en unos días, la última hoja del otoño cae rozando las primeras gotas de la niebla invernal. Camino por esas calles, envuelta en mil abrigos que no consiguen impedir el paso del aire, tiritando a cada paso, observando a otros pasearse igual que yo. Una mano helada me detuvo un momento frente a una tienda de vinos, mi hermana pedía retroceder y comprar algo de beber para agarrar calor.
Un patio frío nos espera, en aquella casa vieja que ha visto muchos inviernos como éste...
Tres sillas alrededor de la mesa circular. Chocolate, pan, tamales, tres tazas vacías, platos y cubiertos nos esperan junto a un anafre con brazas que irradia el calor que nos hace falta. La luna llena nos mira directo desde arriba, entre amenas conversaciones, rica comida y bebida caliente, las tres hermanas que antaño nos vimos por última vez...
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