Dafne habló desde abajo, como si la litera no presentara barreras para hablar francamente con su consciencia acostada arriba. Ella la escuchaba. Apaciblemente, sumida en pensamientos existencialistas, Dafne delimitaba frases con una coherencia digna de envidiarse, hablaba segura de sí, de sus palabras, de aquello que la traía dando vueltas en su habitación soltando a su conciencia un parloteo ensordecedor del que no esperaba respuesta. Un discurso retórico, para no decir monólogo directo, soltaba pregunta con respuesta siempre al mismo tiempo y conociendo causa y consecuencia tanto como la semántica correcta para enunciarlas. Era una mezcla mítica de erróneos pasados y supuestos futuros que cañian en la monotonía de un remolino dudoso. Dafne respiraba a ratos, entonces detenía su voz y sólo mascaba aire en el esófago, se dejaba de dilusidaciones con o sin sentido y sólo respiraba. En ese momento su consciencia tranquila replicaba su argumento con palabras filosas, cortantes de la duda retórica. Dafne recapacitaba mirando la luz que venía de la ventana, quizá Consciencia tuviera razón.
Te estás volviendo recurrente, cada vez que cierro los ojos veo los tuyos en vez de los míos. El bosque detrás de tus pupilas se hace real y yo me interno en tu búsqueda. Haz hablado conmigo de mil cosas que conoces y todas ellas han sido reales al despertar. Me pregunto si estarás ahí cuando me hagas falta... me has dicho que sí. Te he soñado como nunca, una vez tras otra en instantes inconexos que se vuelven obsesivos cuando abro los ojos y entiendo que no fueron en verdad. ¿Lo fueron? Ayer me dijiste que volverías, lo hiciste con tus labios contra mi oreja, mi subconsciente te creyó. Hoy desperté con el pecho vacío, como si algo me hubiese robado el aliento mientras dormía, recordé que estuviste en mis sueños... Todo lo que queda son preguntas con respuestas perdidas en el tiempo. Lo sé, está cerca...
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