La noche cae tranquila entre murmullos de mar que acaricia arenas. El horizonte se va vistiendo de gris conforme el sol se oculta tras las montañas de la sierra, el este se está platinando y choca con el mar bajo un estruendo azul que difumina aire y agua. La brisa sopla desde el océano, roza las olas, juega con los cabellos de quien se pasea sobre el arena, mezcla su sal marina con el trinar de los pájaros que se despiden del día para irse a dormir.
Ella camina por la playa con una tranquilidad recorriéndole las venas. Siente la brisa sobre su rostro, la respira y le resulta como una droga marina que la invita a refugiarse entre las aguas y los mil sueños que guarda el mar sin tiempo. Cierra los ojos y aspira profundamente esa sal que penetra sus ideas, mira de nuevo el horizonte y baja la vista a la arena cercana... Ahí está, exhalando un aliento de fuego acuífero, con la cabeza saliendo de la tierra, los ojos de azul que bulle, los largos bigotes de espuma salada y las escamas coloridas de pez tropical. La mujer contempla la cabeza de espuma blanca y piensa en nubes, en el raudo vuelo de la niebla entre los aires, entre la selva, cayendo de pronto en un mar relegado al horizonte...
Se miran entre resoplidos de duda y reconocimiento, se observan tranquilos el monstruo y la mujer, contemplan sus tiempos, sus mundos, sus vidas que se alejan de lo real y lo mítico para sumergirse en algo extemporáneo, fragmentario. El animal mueve la cabeza, se sacude el arena que le queda en las escamas, alarga una pata pesada, como de plomo, ruge esperando quitarse de encima el tiempo que ha esperado bajo la espuma, las olas le rompen sobre el cuerpo y él hace un esfuerzo por olvidar la pesadez de la sal. La mujer lo mira, aún extrañada, con ojos de admiración sincera, con la esperanza infantil de observar un sabio antiguo dispuesto a rebelarle mil secretos, da unos pasos hacia atrás y no evita ser bañada por esa arena de siglos que al dragón le pesa más que nunca.
Con un porte de sabiduría añeja, el dragón levanta su largo cuerpo escamoso, lo pone al viento, lo sacude y se siente vivo otra vez. La mujer lo sigue mirando, camina a su costado, examina su faz tranquila, se asombra de esa serenidad refulgente que le asoma entre las escamas mientras siente la brisa marina navegar por su respiración.
(aún sin terminar, diríase: continuará...)
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