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La primera noche después...

Hacía un tiempo que no pensaba en Revolución, en Fernanda, en Sandoval, en ella... La mente de La Voz había dejado al pasado en el lugar remoto en que la memoria pierde todas las cosas, pero esa noche era imperativo traer a colación sus recuerdos. Se sentó frente a su gran escritorio de madera fina con una libreta frente a él, nunca le había gustado escribir sus discursos directo en la computadora, y tomó la pluma fuente que el Secretario de Relaciones Exteriores de Francia le acababa de regalar. Empezó a esbozar unas líneas extrañas en la parte superior de la página mientras pensaba en ellos de nuevo. ¡Héroes!, dijo en voz alta, héroes, repitió sonriente.

La limusina se detuvo frente a las puertas del Hotel Halia. Los veinte pisos de cristal deslumbraron los ojos de Fernanda cuando el chofer abrió su puerta. Los medios de comunicación esperaban en el lobby. Al bajar, Fernanda miró a Revolución aún sentada dentro del auto, "están aquí", le dijo y suspiró. Revolución se cubrió los ojos con la mano mientras el chofer cerraba la puerta detrás de ella. Los medios las vieron y salieron despavoridos a su encuentro. Revolución se agazapó detrás de uno de los escoltas y Fernanda se apretó a otro de ellos. La explosión mediática las aterrorizó de un modo que los medios nunca hubieran esperado. Los escoltas tuvieron que empujar camarógrafos y reporteros a diestra y siniestra para poder llevar a las dos mujeres al interior del hotel.
Les dieron habitaciones separadas, las dos mejores suites de todo el recinto. Adentro de cada habitación, en la cama, había ropa nueva: jeans, playeras, blusas, ropa interior y un vestido de gala; zapatos, tenis y zapatillas aguardaban a un costado. Revolución tuvo un ataque de pánico en cuanto los escoltas la dejaron sola en la habitación. Fernanda escuchó un grito a través de la pared y corrió al otro cuarto a ver qué pasaba, encontró a Revolución llorando agazapada en una esquina con las luces apagadas. La abrazó fuerte y lloró con ella. Se quedaron ahí toda la noche, llorando en la oscuridad. 
La Voz se apareció a la mañana siguiente. Los medios lo seguían como moscas. Llegó en su auto blindado con sus guaruras y entró al hotel saludando con una amplia sonrisa al público que se le unía en la nueva bienvenida a las heroínas de la revuelta.

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