Las palabras atoradas en la garganta, los ojos anegados, la impotencia de las palabras que se respiran en silencio, el espacio espectral que yace a la mitad de todo. Lo vió lejano como un ave volando, sentado en el sillón de la sala, ignorado e ignorante. Se levantó entonces de la cama con la firme intensión de decir algo, pero no supo qué, se sintió impotente. Volvió al letargo de las sábanas que olían a él mientras él observaba impávido a la computadora. Se sintió una pieza de utileria.
Ya llevaba un par de días con el sentimiento atravesado en el cogote, se lo tragaba difícilmente con la saliva. Ya llevaba un par de días aguantando sin decir mucho, sonriendo a ver si conseguía una sonrisa, platicando a ver si lograba hacer conversación y nada. Todo seguía igual. Él no le hablaba, hablaba con otros, eso sí, entablaba conversaciones largas en las que reía como si nada más pasara. El frío en la cama le recordaba que al dormir, incluso al dormir, él le volteaba la espalda. Sentir que te ignoran es peor que sentir que ya no te quieren, pensó. Se dejó llevar por el flujo sanguíneo y se levantó de la cama con resolución. Llegó a la sala esperando que él levantara la mirada, pero siguió en lo suyo sin darle importancia. No tenía importancia.
- Fue el silencio, - le dijo. - Si alguna vez te preguntas qué lo provocó, fue el silencio.
Salió al balcón como una estampida feroz, abriendo las puertas de par en par. Miró al suelo y pensó en arrojarse para sentir el viento en la cara y dejar de pensar. Él seguía mirando a la computadora. Sin más que decir, se lanzó al abismo de asfalto... Él nunca más volteó, no dijo nada, no pensó nada, dejó los ojos en la computadora que había servido perfectamente para ignorarla. Cuando ella volvió por sus cosas, él preguntó qué había pasado y ella guardó silencio.
Ya llevaba un par de días con el sentimiento atravesado en el cogote, se lo tragaba difícilmente con la saliva. Ya llevaba un par de días aguantando sin decir mucho, sonriendo a ver si conseguía una sonrisa, platicando a ver si lograba hacer conversación y nada. Todo seguía igual. Él no le hablaba, hablaba con otros, eso sí, entablaba conversaciones largas en las que reía como si nada más pasara. El frío en la cama le recordaba que al dormir, incluso al dormir, él le volteaba la espalda. Sentir que te ignoran es peor que sentir que ya no te quieren, pensó. Se dejó llevar por el flujo sanguíneo y se levantó de la cama con resolución. Llegó a la sala esperando que él levantara la mirada, pero siguió en lo suyo sin darle importancia. No tenía importancia.
- Fue el silencio, - le dijo. - Si alguna vez te preguntas qué lo provocó, fue el silencio.
Salió al balcón como una estampida feroz, abriendo las puertas de par en par. Miró al suelo y pensó en arrojarse para sentir el viento en la cara y dejar de pensar. Él seguía mirando a la computadora. Sin más que decir, se lanzó al abismo de asfalto... Él nunca más volteó, no dijo nada, no pensó nada, dejó los ojos en la computadora que había servido perfectamente para ignorarla. Cuando ella volvió por sus cosas, él preguntó qué había pasado y ella guardó silencio.
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