El paso del tiempo me ha pescado desprevenido. Me veo atentamente al espejo y no alcanzo a distinguir si detrás de las pupilas grises estoy yo o ese otro que he llegado a conocer con los años. Me ha preocupado no saberlo...
Suenan dos golpes suaves en la puerta. Él se acerca y abre para encontrarse con aquel hombre atlético, guapo.
- Te estuve llamando toda la mañana.
- Perdón, he estado ocupado.
- Está bien... necesito de tu ayuda.
- ¿Qué te preocupa?
- Voy a liberarlas... en realidad, voy a liberarlos a todos, pero primero a ellas. Mandaré un auto a buscarlas, las llevará a un hotel y luego nos reuniremos para cenar en algún restorán.
- ¿Para qué me necesitas a mí? Parece que ya tienes todo calculado.
- Tengo miedo... - Entendía de qué estaba hablando, había cambiado tanto en los últimos días que no siquiera él mismo tenía noción exacta de quién era.
- ¿Temes haber esperado demasiado?
- Sí...
- ¿Temes que te culpen?
- También... y temo que al salir crean que nada ha cambiado.
Quizá nada lo hubiera hecho. Quizá Revolución, y Fernanda, y Sandoval, y todos los demás salieran de sus prisiones pensando que lucharon en vano... pero así pasa.
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