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La otra cara de Revolution

Caminaba por las calles vertiginosas de una ciudad portuaria, la madrugada se le antojaba soporífera pero la adrenalina de la víspera aún le bullía en las venas y no pudo controlar el instinto nativo de vagar sin rumbo. La mente estaba embotada en gritos, tamboreos, músicas estruendosas y ruidos incesantes, la ciudad silenciosa. Con los pies apretados en dos botas gruesas de casquillo, las manos metidas en los bolsillos de la gabardina beige y los ojos apretados detrás de los lentes de visión lejana, andaba con rapidez, como perseguida por el viento. Entró a un callejón vacío y sintió a su pecho contraerse de súbito, exhaló un vaho de insatisfacción que ya no podía contener.
Revolución la vio venir desde el otro lado de la calle, se detuvo frente a ella para cortarle el paso y quiso hablarle. Ella le dio la vuelta. Revolución la siguió. Ella viraba con rapidez en las esquinas, siguiendo a su perseguidora con el rabillo del ojo. Revolución no le quitaba los ojos de encima. Llegaron a un callejón sin salida, ella se detuvo apenas dobló la esquina, Revolución llegó pocos segundos después.

- ¡¿Qué quieres?! - Le espetó la mujer sin aliento.
- Si te detuvieras, podría decírtelo. - Respondió la segunda, aún andando.
- Me he detenido... ¿ahora?
- Ahora... ¿sabes quién soy?
- Claro, te conosco bien.
- Me es suficiente con que sepas mi nombre... ¡No! No lo repitas. Escucha, tengo algo que pedirte y de aceptar, es imperativo que lo hagas a la brevedad. ¿Entiendes?
- ¿Qué es lo que quieres? No debería nadie verme contigo.
- Lo sé, por eso te busco a estas horas y en este lugar tan... desolado.
- Pues gracias por la consideración. Habla, qué quieres.
- Necesito localizar a Sandoval y sé que tú sabes como hacerlo. Sólo debes darle este mensaje: en dos días, el tercer sobrino del ministro hablará ante las cámaras, nadie debe interrumpirlo.
- ¿El tercer sobrino? ¿De qué carajo hablas?
- Sólo dilo así tal cual: en dos días, el tercer sobrino del ministro hablará ante las cámaras, nadie debe interrumpirlo.
- Esto parece película de mafiosos... ok, lo haré. Pero veré a Sandoval hasta la semana que viene, ¿no será tarde para entonces?
- No, es justo a tiempo.
- Mmm... Esto suena sospechoso, no me van a meter en problemas ¿o sí?
- No, para nada, no te preocupes. Sandoval sabe de qué se trata.
- Ok. La próxima vez que quieran buscarme, háganlo de otra forma ¿sí? Es muy molesto tener que correr de ustedes antes de saber quiénes son. Para eso hay teléfonos, mails y Facebook.
- Ya... lo siento, es que estos días han sido difíciles para nosotros, especialmente después de anoche, parece que las cosas se van a complicar aún más.
- Mmm... lamento oírlo. Supongo que así pasa cuando te manejas tan underground, ¿no?
- Debe ser. Oye, gracias por el favor, te lo pagaremos si es necesario.
- No, no, para nada, así está bien. Sólo no me asusten, ¿vale?
- Vale, disculpa por eso, no volverá a pasar.
- Bien.
- Bien... pues, me voy, gracias de nuevo. Nos vemos pronto. Cuídate.
- Claro, no hay de qué. Adiós.

Revolución volvió sobre sus pasos con la misma premura con que había llegado al callejón. Ella fue hacia el lado opuesto, aún con la adrenalina batiéndole las entrañas. Ambas llegarían, muchos meses después, al mismo punto de encuentro y se verían como aquella primera vez, se hablarían en el mismo código pero esa vez quedaría todo mucho más claro. Ella llegó al mar y se quedó ahí hasta que el sol se levantó de la bruma, no dijo nada cuando volvió a casa, ni de su viaje, ni de su encuentro, ni del mensaje que seguía dándole vueltas en el seso. Sólo desayunó callada y siguió su día como si nada hubiera pasado.

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