Parada frente a la lluvia, detrás de la ventana del cuarto azul, observaba las gotas resbalar en el cristal. Miraba con atención los surcos de agua como si fueran a descubrirle el hilo negro de la vida. La mujer de negro se asombraba de los golpes de cada gota como si cayeran sobre ella en vez de repicar en el vidrio. El hombre azul yacía solo en la cama, dormido. Intimidada por la desfachatada desnudez de su amante casual, la mujer de negro usaba la lluvia citadina como refugio. Quería huir entre las aguas desbordantes de las calles, fluir con ellas hasta el mar y desaparecer como la mujer verde entre la espuma de las olas. Pero no podía, sus ataduras al mundo urbano eran demasiadas, demasiado hondas, demasiado pesadas, demasiado represivas. Miró de soslayo al hombre azul, se apretó la bata para cubrir la desnudez propia, como queriendo omitir el acto sucedido, como negándolo en la conciencia. Suspiró queriendo olvidar el pecado reciente. Miró a la lluvia de nuevo, "lávense los p...
Conversaciones en el vacío de muchas voces.