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Mostrando las entradas de septiembre, 2006

Y...

No he dejado de escribirte. Estás en cada una de mis páginas, mis letras se han plagado de tu escencia y mi alma se ha quedado en el papel esperando sentirte de nuevo. No he dejado de pensarte. Cada vez que mis ojos se topan con el sol te recuerdan, ven el cielo queriendo encontrarte en las nubes y admiran la noche con el ardiente deseo de contemplarte otra vez. No he dejado de soñarte. He vivido entre fantasías, he amoldado mi realidad a mi ficción eterna, he construido un planeta aparte en el que nadie entra, nadie... excepto tú. Así fue que viviendo yo en la espesura de mi bosque ficticio te encontré en mi mundo y no te miré como a una extraña. Así fue que te volviste parte de mi apenas mis ojos notaron a los tuyos y te será imposible salir de mis sueños. Yo no he dejado de tenerte... ni en mis palabras, ni en mi mente, ni en mis sueños. Ahora mi mundo está plagado de ti, mi alma está abrazada por la tuya y yo estoy irremediablemente perdida en tus suspiros.

Escusa

Qué mala escusa, una piel que reconoce los poros de otra como si supiera de dónde vienen y a dónde van, una caricia que sabe exactamente cómo hacer fuego en las venas e inundarlas en ebullente carmín. De pronto todo se hizo claro, un rayo luminoso, plateado, sutil, cálido, se posaba en sus cuerpos decorando el sudor con arcoiris vaporosos que se perdían en la niebla de un día terminal. El ocaso platinó de repente el encuentro erótico y la luna se fundió entre las pieles palpitantes... La aurora llegó con el primer aliento posterior al vuelo, de blanco se cubrieron los caminos recorridos, reconocidos, por las yemas que imprimieron sus huellas en esa piel antes conocida.

Dafne

Dafne habló desde abajo, como si la litera no presentara barreras para hablar francamente con su consciencia acostada arriba. Ella la escuchaba. Apaciblemente, sumida en pensamientos existencialistas, Dafne delimitaba frases con una coherencia digna de envidiarse, hablaba segura de sí, de sus palabras, de aquello que la traía dando vueltas en su habitación soltando a su conciencia un parloteo ensordecedor del que no esperaba respuesta. Un discurso retórico, para no decir monólogo directo, soltaba pregunta con respuesta siempre al mismo tiempo y conociendo causa y consecuencia tanto como la semántica correcta para enunciarlas. Era una mezcla mítica de erróneos pasados y supuestos futuros que cañian en la monotonía de un remolino dudoso. Dafne respiraba a ratos, entonces detenía su voz y sólo mascaba aire en el esófago, se dejaba de dilusidaciones con o sin sentido y sólo respiraba. En ese momento su consciencia tranquila replicaba su argumento con palabras filosas, cortantes de la duda ...