La noche cae tranquila entre murmullos de mar que acaricia arenas. El horizonte se va vistiendo de gris conforme el sol se oculta tras las montañas de la sierra, el este se está platinando y choca con el mar bajo un estruendo azul que difumina aire y agua. La brisa sopla desde el océano, roza las olas, juega con los cabellos de quien se pasea sobre el arena, mezcla su sal marina con el trinar de los pájaros que se despiden del día para irse a dormir. Ella camina por la playa con una tranquilidad recorriéndole las venas. Siente la brisa sobre su rostro, la respira y le resulta como una droga marina que la invita a refugiarse entre las aguas y los mil sueños que guarda el mar sin tiempo. Cierra los ojos y aspira profundamente esa sal que penetra sus ideas, mira de nuevo el horizonte y baja la vista a la arena cercana... Ahí está, exhalando un aliento de fuego acuífero, con la cabeza saliendo de la tierra, los ojos de azul que bulle, los largos bigotes de espuma salada y las escamas color...
Conversaciones en el vacío de muchas voces.