Caminaba por las calles vertiginosas de una ciudad portuaria, la madrugada se le antojaba soporífera pero la adrenalina de la víspera aún le bullía en las venas y no pudo controlar el instinto nativo de vagar sin rumbo. La mente estaba embotada en gritos, tamboreos, músicas estruendosas y ruidos incesantes, la ciudad silenciosa. Con los pies apretados en dos botas gruesas de casquillo, las manos metidas en los bolsillos de la gabardina beige y los ojos apretados detrás de los lentes de visión lejana, andaba con rapidez, como perseguida por el viento. Entró a un callejón vacío y sintió a su pecho contraerse de súbito, exhaló un vaho de insatisfacción que ya no podía contener. Revolución la vio venir desde el otro lado de la calle, se detuvo frente a ella para cortarle el paso y quiso hablarle. Ella le dio la vuelta. Revolución la siguió. Ella viraba con rapidez en las esquinas, siguiendo a su perseguidora con el rabillo del ojo. Revolución no le quitaba los ojos de encima. Llegaron a un...
Conversaciones en el vacío de muchas voces.