Era un viernes por la tarde. La mañana había sido ajetreada, Elisa se vio inmersa en un millón de problemas que jamás creyó pudieran pasarle a ella, su madre, su hermano, su prima... toda la familia estaba aún paralizada por lo sucedido. Elisa había cambiado radicalmente la pasividad de sus días por un constante caos en desarrollo y había acontecido tan rápido que no había tenido tiempo de asimilarlo todo. Cuando el frío vespertino empezaba a tocar las ventanas, Elisa, mientras hablaba con su madre, se acercó al ventanal de la sala y admiró las nubes, luego bajó su vista a los árboles de la calle, después a las personas, volvió a subir los ojos y contó estrellas por un buen rato.
Isidora, la madre de Elisa, preparaba la cena tratando de sopesar el chocolate con los hechos mañaneros, puso la leche a hervir, sacó unos tamales del refrigerador y puso la cafetera "por si a alguien se le antoja un cafesito con pan para bajarse las penas". Alma, la prima, empezó a poner la mesa mientras notaba que Elisa había dejado de contestar a las palabras de su madre; no hizo mucho caso, había que preparar todo para cenar pronto e irse a dormir, un buen sueño reparador era lo que le hacía falta a esa desmembrada familia.
Elisa dejó a las estrellas en paz, miró al cielo, miró a la nada... Elisa se quedó ahí plantada, ya no pensaba nada, no sentía nada, sólo miraba. Su cuerpo respiraba y latía por requerimiento del instinto, pero ella nada sabía, nada.
Y así pasó, ese fue el día en que Elisa sólo se quedó mirando.
Isidora, la madre de Elisa, preparaba la cena tratando de sopesar el chocolate con los hechos mañaneros, puso la leche a hervir, sacó unos tamales del refrigerador y puso la cafetera "por si a alguien se le antoja un cafesito con pan para bajarse las penas". Alma, la prima, empezó a poner la mesa mientras notaba que Elisa había dejado de contestar a las palabras de su madre; no hizo mucho caso, había que preparar todo para cenar pronto e irse a dormir, un buen sueño reparador era lo que le hacía falta a esa desmembrada familia.
Elisa dejó a las estrellas en paz, miró al cielo, miró a la nada... Elisa se quedó ahí plantada, ya no pensaba nada, no sentía nada, sólo miraba. Su cuerpo respiraba y latía por requerimiento del instinto, pero ella nada sabía, nada.
Y así pasó, ese fue el día en que Elisa sólo se quedó mirando.
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