Imagino por tres segundos que tengo la conciencia tranquila, que puedo darme el lujo de ahogarme en las aguas del sueño eterno sin que me duela ver al mundo sumergirse lentamente tras de mí. Meto las manos al agua. Ojalá el monstruo azul me llevara consigo. Meto los brazos, siento sus manos jalar mi cuerpo a lo profundo. Me dejo llevar. Miro todo el tiempo hacia abajo, el azul es más oscuro a cada paso. Floto. Mi respiración se acelera y yo sonrío ante la posibilidad de un viaje vertical que nunca termine. Las burbujas escapan de mi boca, las veo subir a una luz lejana que se ha olvidado de mí. A mi lado, el agua, fría y asombrosamente acogedora, acolchonada, paciente e inamovible. A lo lejos unos ojillos diminutos resplandecen, me observan. Las burbujas se detienen. Los ojos se acercan. He dejado de descender. Permanezco inmóvil mientras un enorme pez se acerca a mi rostro, su aleta ondula despacio detrás de su imponente quijada. Nos observamos con una curiosidad infantil para la q...
Conversaciones en el vacío de muchas voces.