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¿Llegará?

Años habían pasado desde la última vez que se vieran. Lía había partido a una ciudad insomne y Carla había parmanecido en el silencio absoluto desde entonces. Pero Lía regresaba por unas vacaciones bien merecidas y le había mandado un correo para verla. Carla no estaba segura, la sensación de abandono que se había quedado llenando el espacio de Lía aún no se desvanecía del todo, no quería volverla a sentir. Lía sabía que el silencio era más cómodo para Carla que las palabras, pero ella no estaba dispuesta a acceder al absurdo de su zona de comfort nada más así porque sí. Era como borrar una amistad antigua con un soplo de aire.
Las calles eran las mismas, los edificios se habían transformado poco, pero la mirada de Lía los sentía a todos diferentes. Entró al Café Azul como quien regresa a casa después de un largo viaje, se sentó en una mesa junto a la ventana. Leyó la carta detenidamente, haciendo tiempo para que llegara Carla. Cinco minutos logró tomar antes verse obligada a pedir algo. Sacó un libro que acababa de comprar en su librería preferida del centro. Se puso a leer sin darse cuenta de que el tiempo pasaba con una velocidad inaudita, sorbió el café en automático mientras daba vuelta a las páginas, una tras otra. Cuando leyó "Capítulo 2.", se detuvo. Miró al reloj de pared y notó que habían transcurrido 45 minutos desde su llegada. Buscó su celular. ¿Dónde estás? ¿Todo bien? Te espero. Lía. Enviar.

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A Gala

Te estás volviendo recurrente, cada vez que cierro los ojos veo los tuyos en vez de los míos. El bosque detrás de tus pupilas se hace real y yo me interno en tu búsqueda. Haz hablado conmigo de mil cosas que conoces y todas ellas han sido reales al despertar. Me pregunto si estarás ahí cuando me hagas falta... me has dicho que sí. Te he soñado como nunca, una vez tras otra en instantes inconexos que se vuelven obsesivos cuando abro los ojos y entiendo que no fueron en verdad. ¿Lo fueron? Ayer me dijiste que volverías, lo hiciste con tus labios contra mi oreja, mi subconsciente te creyó. Hoy desperté con el pecho vacío, como si algo me hubiese robado el aliento mientras dormía, recordé que estuviste en mis sueños... Todo lo que queda son preguntas con respuestas perdidas en el tiempo. Lo sé, está cerca...

Y...

No he dejado de escribirte. Estás en cada una de mis páginas, mis letras se han plagado de tu escencia y mi alma se ha quedado en el papel esperando sentirte de nuevo. No he dejado de pensarte. Cada vez que mis ojos se topan con el sol te recuerdan, ven el cielo queriendo encontrarte en las nubes y admiran la noche con el ardiente deseo de contemplarte otra vez. No he dejado de soñarte. He vivido entre fantasías, he amoldado mi realidad a mi ficción eterna, he construido un planeta aparte en el que nadie entra, nadie... excepto tú. Así fue que viviendo yo en la espesura de mi bosque ficticio te encontré en mi mundo y no te miré como a una extraña. Así fue que te volviste parte de mi apenas mis ojos notaron a los tuyos y te será imposible salir de mis sueños. Yo no he dejado de tenerte... ni en mis palabras, ni en mi mente, ni en mis sueños. Ahora mi mundo está plagado de ti, mi alma está abrazada por la tuya y yo estoy irremediablemente perdida en tus suspiros.

Drew

Era un ser pequeñito, chaparro y flaquito, o así me lo pareció. Sus ojos enormes me miraron por primera vez en el salón donde solíamos reunirnos con los demás, estaba escondido entre las sombras, con sus manitas verdes apenas saliendo de la túnica negra grisácea que siempre usaba, pegadas ambas a los costados de su cuerpo, su gran nariz sobresalía con su fleco amarillo anaranjado de la capucha que nunca se quita. No conozco su rostro, tengo que admitirlo, he visto sus ojos porque brillan, pero nunca he visto su rostro. Camina chistoso, como dando brinquitos, sus pies rara vez salen de la túnica que arrastra por todos lados. Nada le acompleja, anda siempre sonriente, lo cual es raro para un ser de tan pequeña estatura y tanta extrañeza. No habla, apenas suelta uno que otro sondillo casi chillón, todo lo dice con gestos, es un maestro para darse a entender con las manos. Escribe con cierta solemnidad, en una letra barroca, recargada de florituras, como si fuera una pequeña imprenta de h...