Ir al contenido principal

Ella...

Perdida entre las calles monocromáticas de la ciudad, ella andaba con pasos inciertos, el estómago vacío, el rostro desencajado, las piernas cansadas. Cual animal herido deambulaba entre las sombras esperando no ser vista por el enemigo, por los otros. Encontró un refugio que la alimentó por varios días, pero sabía que tenía que moverse, seguir andando hasta dar con alguno de los revoltosos. De ellos no había noticias, el gobierno decía que los estaban exterminando, que un solo golpe había devastado a más de la mitad de los miles de millones implicados en el movimiento. Malditos alarmistas. Mientras tanto advertían de lo peligrosos que eran La Voz, Revolución, Fernanda, Sandoval... Sandoval, dónde está. Quizá debería volver a casa... ahí estaría segura, quizá. Se detuvo frente a la puerta de una casa abandonada, sopesando sus probabilidades de entrar. A lo lejos se oyó el ronroneo de unos autos muy pesados, las balas empezaron a correr por la calle donde ella estaba. Era momento de huir. Corrió con las pocas fuerzas que tenía, con las piernas quebrándosele a cada paso. Todos corrían a su alrededor, se encerraban en sus casas. Ella se sentía más sola que nunca. Las balas le pisaban los talones y los autos venían cada vez más rápido, más cerca. Tenía bloqueada la mente. Reaccionaba por instinto. Entró a una tienda y se parapetó detrás de las galletas. Tres agentes de la federal, armados hasta las muelas, entraron a la tienda justo detrás. Amenazaron al dueño con una metralleta. Desarmaron el lugar. Sin decirle una sola palabra, la agarraron de un brazo y la levantaron con violencia. Un enmascarado le preguntó su nombre. Ella respondió esperando que su apellido aún pesara algo. El tipo volteó a ver a otro de los agentes y éste asintió. La sacaron de la tienda a jalones y la metierkn en una camioneta con vidrios oscurecidos.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

A Gala

Te estás volviendo recurrente, cada vez que cierro los ojos veo los tuyos en vez de los míos. El bosque detrás de tus pupilas se hace real y yo me interno en tu búsqueda. Haz hablado conmigo de mil cosas que conoces y todas ellas han sido reales al despertar. Me pregunto si estarás ahí cuando me hagas falta... me has dicho que sí. Te he soñado como nunca, una vez tras otra en instantes inconexos que se vuelven obsesivos cuando abro los ojos y entiendo que no fueron en verdad. ¿Lo fueron? Ayer me dijiste que volverías, lo hiciste con tus labios contra mi oreja, mi subconsciente te creyó. Hoy desperté con el pecho vacío, como si algo me hubiese robado el aliento mientras dormía, recordé que estuviste en mis sueños... Todo lo que queda son preguntas con respuestas perdidas en el tiempo. Lo sé, está cerca...

Y...

No he dejado de escribirte. Estás en cada una de mis páginas, mis letras se han plagado de tu escencia y mi alma se ha quedado en el papel esperando sentirte de nuevo. No he dejado de pensarte. Cada vez que mis ojos se topan con el sol te recuerdan, ven el cielo queriendo encontrarte en las nubes y admiran la noche con el ardiente deseo de contemplarte otra vez. No he dejado de soñarte. He vivido entre fantasías, he amoldado mi realidad a mi ficción eterna, he construido un planeta aparte en el que nadie entra, nadie... excepto tú. Así fue que viviendo yo en la espesura de mi bosque ficticio te encontré en mi mundo y no te miré como a una extraña. Así fue que te volviste parte de mi apenas mis ojos notaron a los tuyos y te será imposible salir de mis sueños. Yo no he dejado de tenerte... ni en mis palabras, ni en mi mente, ni en mis sueños. Ahora mi mundo está plagado de ti, mi alma está abrazada por la tuya y yo estoy irremediablemente perdida en tus suspiros.

Drew

Era un ser pequeñito, chaparro y flaquito, o así me lo pareció. Sus ojos enormes me miraron por primera vez en el salón donde solíamos reunirnos con los demás, estaba escondido entre las sombras, con sus manitas verdes apenas saliendo de la túnica negra grisácea que siempre usaba, pegadas ambas a los costados de su cuerpo, su gran nariz sobresalía con su fleco amarillo anaranjado de la capucha que nunca se quita. No conozco su rostro, tengo que admitirlo, he visto sus ojos porque brillan, pero nunca he visto su rostro. Camina chistoso, como dando brinquitos, sus pies rara vez salen de la túnica que arrastra por todos lados. Nada le acompleja, anda siempre sonriente, lo cual es raro para un ser de tan pequeña estatura y tanta extrañeza. No habla, apenas suelta uno que otro sondillo casi chillón, todo lo dice con gestos, es un maestro para darse a entender con las manos. Escribe con cierta solemnidad, en una letra barroca, recargada de florituras, como si fuera una pequeña imprenta de h...