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ADC

Sentada frente al mar en esa tarde lluviosa de agosto, Carla pensaba en el inifinito. Lia miraba por la ventana del departamento semivacío cómo caían las gotas sobre el asfalto caliente, tenía a Satanás en sus manos y lo acariciaba lentamente, él ronroneaba gustoso. Ángela caminaba por la avenida central intentando cubrirse de la lluvia con su mochila, corría de techo en techo esperando mojarse lo menos posible. Álvaro estaba atorado en la oficina, acababa de salir de trabajar pero la lluvia lo obligaba a permanecer en el edificio. En la cocina de Diego los olores frescos del tomillo y la albahacar se mezclaban con el aroma de la tierra mojada que subía desde el jardín de su vecino, Lalo lo esperaba en la sala leyendo un libro.
Hacía dos semanas que Sara se había ido de la ciudad. Del otro lado del país, pegada a las montañas que no llegan al mar, su casa era un refugio de lo urbano. En su gran patio Sara tenía dos árboles frutales y algunas hierbas de olor que se habían dado de forma natural. Su vida era diferente ahora, lejos del mar y del bullicio de aquella ciudad nocturna.
Satanás saltó de las manos de Lia y fue a meterse entre las sábanas, se acostó hecho un ovillo y cerró sus ojos gatunos despreocupadamente. Sonó el teléfono...

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A Gala

Te estás volviendo recurrente, cada vez que cierro los ojos veo los tuyos en vez de los míos. El bosque detrás de tus pupilas se hace real y yo me interno en tu búsqueda. Haz hablado conmigo de mil cosas que conoces y todas ellas han sido reales al despertar. Me pregunto si estarás ahí cuando me hagas falta... me has dicho que sí. Te he soñado como nunca, una vez tras otra en instantes inconexos que se vuelven obsesivos cuando abro los ojos y entiendo que no fueron en verdad. ¿Lo fueron? Ayer me dijiste que volverías, lo hiciste con tus labios contra mi oreja, mi subconsciente te creyó. Hoy desperté con el pecho vacío, como si algo me hubiese robado el aliento mientras dormía, recordé que estuviste en mis sueños... Todo lo que queda son preguntas con respuestas perdidas en el tiempo. Lo sé, está cerca...

Y...

No he dejado de escribirte. Estás en cada una de mis páginas, mis letras se han plagado de tu escencia y mi alma se ha quedado en el papel esperando sentirte de nuevo. No he dejado de pensarte. Cada vez que mis ojos se topan con el sol te recuerdan, ven el cielo queriendo encontrarte en las nubes y admiran la noche con el ardiente deseo de contemplarte otra vez. No he dejado de soñarte. He vivido entre fantasías, he amoldado mi realidad a mi ficción eterna, he construido un planeta aparte en el que nadie entra, nadie... excepto tú. Así fue que viviendo yo en la espesura de mi bosque ficticio te encontré en mi mundo y no te miré como a una extraña. Así fue que te volviste parte de mi apenas mis ojos notaron a los tuyos y te será imposible salir de mis sueños. Yo no he dejado de tenerte... ni en mis palabras, ni en mi mente, ni en mis sueños. Ahora mi mundo está plagado de ti, mi alma está abrazada por la tuya y yo estoy irremediablemente perdida en tus suspiros.

Drew

Era un ser pequeñito, chaparro y flaquito, o así me lo pareció. Sus ojos enormes me miraron por primera vez en el salón donde solíamos reunirnos con los demás, estaba escondido entre las sombras, con sus manitas verdes apenas saliendo de la túnica negra grisácea que siempre usaba, pegadas ambas a los costados de su cuerpo, su gran nariz sobresalía con su fleco amarillo anaranjado de la capucha que nunca se quita. No conozco su rostro, tengo que admitirlo, he visto sus ojos porque brillan, pero nunca he visto su rostro. Camina chistoso, como dando brinquitos, sus pies rara vez salen de la túnica que arrastra por todos lados. Nada le acompleja, anda siempre sonriente, lo cual es raro para un ser de tan pequeña estatura y tanta extrañeza. No habla, apenas suelta uno que otro sondillo casi chillón, todo lo dice con gestos, es un maestro para darse a entender con las manos. Escribe con cierta solemnidad, en una letra barroca, recargada de florituras, como si fuera una pequeña imprenta de h...